Acabo de llegar del aeropuerto. Estaba comiendo algo en la barra cuando se me ha acercado una persona bastante especial. Llamaba la atención. Se ha acercado a mí y en portugués (de Brasil, sé distinguir los acentos, al menos algo), me ha preguntado cuánto creía yo que costaría un sándwich y una coca-cola. Se lo he preguntado a la camarera como si fuera para mí (ya se sabe que en sitios de mucho tránsito, a veces extranjeros que parecen tienen pocos medios no son tratados con la amabilidad que se nos dispensa a los lugareños). Cuando le he dado la respuesta, se ha quedado pensando, me lo ha agradecido, y se ha ido.
Pero hay que reconocer que nadie le quitaba el ojo. Su cuerpo era femenino. Tenía amplias caderas y pechos grandes. Pero su voz era muy grave, y hoy no se había afeitado.
Al fin y al cabo, iba a viajar, seguramente muchas horas en avión, y no importa que uno no lleve sus mejores galas. Tenía esa dejadez propia de quien sabe que le esperan muchas horas de viaje y sentado.
Pero ese cuerpo femenino, ese atuendo extremadamente neutro, voz cascada y esa barba sin afeitar concentraban muchas miradas.
Sin embargo, creo que solo yo le he mirado a los ojos.
Y estaban felices.
Volver siempre es maravilloso.
viernes, 24 de octubre de 2003
Volver
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario