Me llamó para que le llevara unos documentos. Era un ex socio de unos ex socios de unos socios de nuestra empresa. Así que me dirigí al barrio residencial de la capital paraguaya donde tenía su chalecito.
Nunca había sido santo de mi devoción. Era una persona muy relacionada con el antiguo régimen y que no evitaba ocasión para soltar sus soflamas.
En el porche, sentados a la sombra, preparaba un aperitivo. No se cómo, la conversación derivó hacia la política:
- El mundo empezó a ir mal cuando la ONU aprobó la declaración de los Derechos Humanos. ¿Quieres unas aceitunas? Sí, ya sabes, todo eso es una mierda de negros y comunistas. Toma, tu cervecita y ahora nos traen un poco de mandioca frita.
Me levanté sin coger el vaso que me ofrecía, y le dije que lo sentía, que tenía cosas que hacer.
- Oye, no te habrá molestado lo que te he contado, eh, no serás comunista, no?
Sin más explicaciones, contesté que había quedado con alguien en una librería.
- Coño, encima lees, pues sí, será que eres comunista.
Cuando salía de la casa, le contesté:
- Tu ceguera debe ser total, porque aunque no lo veas, también soy negro. Para ti, soy negro y comunista.
Desde entonces, siempre he llevado mi negritud con elegancia.
Así que si en los próximos tiempos tengo que viajar a Estados Unidos, cuando se dispongan a clasificarme según el color de mi peligrosidad (rojo, verde o amarillo), les diré que me marquen de color negro, negro y comunista.
Nunca había sido santo de mi devoción. Era una persona muy relacionada con el antiguo régimen y que no evitaba ocasión para soltar sus soflamas.
En el porche, sentados a la sombra, preparaba un aperitivo. No se cómo, la conversación derivó hacia la política:
- El mundo empezó a ir mal cuando la ONU aprobó la declaración de los Derechos Humanos. ¿Quieres unas aceitunas? Sí, ya sabes, todo eso es una mierda de negros y comunistas. Toma, tu cervecita y ahora nos traen un poco de mandioca frita.
Me levanté sin coger el vaso que me ofrecía, y le dije que lo sentía, que tenía cosas que hacer.
- Oye, no te habrá molestado lo que te he contado, eh, no serás comunista, no?
Sin más explicaciones, contesté que había quedado con alguien en una librería.
- Coño, encima lees, pues sí, será que eres comunista.
Cuando salía de la casa, le contesté:
- Tu ceguera debe ser total, porque aunque no lo veas, también soy negro. Para ti, soy negro y comunista.
Desde entonces, siempre he llevado mi negritud con elegancia.
Así que si en los próximos tiempos tengo que viajar a Estados Unidos, cuando se dispongan a clasificarme según el color de mi peligrosidad (rojo, verde o amarillo), les diré que me marquen de color negro, negro y comunista.
Suena la corriente: "Sex Machine" - James Brown