No soy un teleadicto. Es más, si hago caso a las encuestas sobre las horas de media que pasa una persona delante del televisor, he de asumir que soy un verdadero marginal. Como en tantas otras cosas, por cierto. O las estadísticas son erróneas (y hablo de cualquier tipo de estadística sociológica), o realmente soy un bicho raro. Muy raro.
El caso es que cada vez paso menos tiempo delante de un televisor. Mis ratos catódicos se reducen a algunos minutos generalmente el fin de semana. Ya ni los muñecos del guiñol logran captar algo de mi, por otra parte cada vez más escaso, tiempo. Vamos, que si mañana entran unos ladrones a mi casa y se llevan el televisor, puedo tardar varios días en ser consciente del robo.
O sea, que no sé si soy un freak, pero adoro a los que sí lo son. La parte más estrambótica del ser humano siempre llamará mi atención. Supongo que será una forma como otra cualquiera de sobrellevar la locura de vivir. Y no dejo de asombrarme ante una cultura donde una persona es capaz de demandar a las cadenas de televisión aduciendo que le han convertido en un adicto a la televisión. Y no contento con eso, les responsabiliza de los 23 kilos que ha engordado su esposa.
Una sociedad donde un tío que se fuma dos paquetes de cigarrillos diarios es capaz de demandar a quien se los vende, o el ceporro que solo se alimenta de hamburguesas y cocacola considera que la culpa la tiene quien le ofrece su alimento, está realmente enferma. Bueno, eso ya lo sabemos.
Pero de ahí a acusar a la televisión del hecho de que tu mujer haya engordado 23 kilos roza todos los abismos del desquiciamiento humano. O de la desfachatez más inaudita. Eso sí, disfruto con este tipo de basura.
P.D.: no quiero que cada semana este sea un tema recurrente, pero una vez más gracias a los que habéis estirado el dedo para los votos de Blogidol. Ahí sigo (ya solo quedamos 17), o sea, que vosotros mismos.
El caso es que cada vez paso menos tiempo delante de un televisor. Mis ratos catódicos se reducen a algunos minutos generalmente el fin de semana. Ya ni los muñecos del guiñol logran captar algo de mi, por otra parte cada vez más escaso, tiempo. Vamos, que si mañana entran unos ladrones a mi casa y se llevan el televisor, puedo tardar varios días en ser consciente del robo.
O sea, que no sé si soy un freak, pero adoro a los que sí lo son. La parte más estrambótica del ser humano siempre llamará mi atención. Supongo que será una forma como otra cualquiera de sobrellevar la locura de vivir. Y no dejo de asombrarme ante una cultura donde una persona es capaz de demandar a las cadenas de televisión aduciendo que le han convertido en un adicto a la televisión. Y no contento con eso, les responsabiliza de los 23 kilos que ha engordado su esposa.
Una sociedad donde un tío que se fuma dos paquetes de cigarrillos diarios es capaz de demandar a quien se los vende, o el ceporro que solo se alimenta de hamburguesas y cocacola considera que la culpa la tiene quien le ofrece su alimento, está realmente enferma. Bueno, eso ya lo sabemos.
Pero de ahí a acusar a la televisión del hecho de que tu mujer haya engordado 23 kilos roza todos los abismos del desquiciamiento humano. O de la desfachatez más inaudita. Eso sí, disfruto con este tipo de basura.
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Suena la corriente: "Especially for you" - The Smithereens