Mis relaciones con la curia romana son tensas. Bueno, supongo que lo serán desde mi punto de vista, ya que no creo que ellos me tengan muy en cuenta. Como en todas las cosas, generalizar es cometer una injusticia. Pero la generalidad es la que nos rodea y sobre la que basamos nuestras opiniones.
Son sus obtusas directrices morales las que llegan a cabrearme. Y respecto a sus ministros (ya de por sí respeto muy poco esta palabra), los he conocido de ambos extremos, envidiables y aborrecibles. Otra cosa son los mantos protectores (y encubridores) con que dicha curia cubre a estos últimos.
Me llaman mis padres para invitarme a comer a su casa, donde recibiremos la visita de un viejo primo de mi abuela, sacerdote ya retirado. Durante muchos minutos (y horas), mi absoluta falta de cintura para haber esquivado el golpe con elegancia me produce un desagradable picor.
Así que ahí estoy, dando coba al curilla. La conversación deriva en la falta de vocaciones, los tremendos errores que comete la Iglesia (reconoce que en alguna parroquia, en los tiempos de negrura, tuvo alguna acusación sobre su supuesta rojez), y de repente, desde sus ochenta años, se suelta con esta frase:
"A los curas de ahora siempre les digo que nunca aprenderán a predicar bien desde el púlpito si no van al cine, al menos una vez por semana".
Reconozco que me quedo atónito, lo que hace que con ese sarcasmo que tanto irrita a mi madre, le pregunte por lo último que ha visto:
"Oh, siempre cosas de calidad, Mystic River, 21 Gramos, Ciudad de Dios, Elephant, Lost in Translation, alguna es un poco fuertecilla para mí, pero es que esa es la vida que tenemos que comprender".
Yo, que me las doy de cinéfilo (y cada vez voy menos) esperaba otro tipo de respuesta. Y me imagino al curilla de 80 años saliendo de ver ese tipo de películas, y comentándolas con... con... con... con...
Creo que igual le llamo algún día para ir al cine.
Suena la corriente: "Cinema novo" - Tropicália 2 (Caetano e Gil)