miércoles, 17 de marzo de 2004

Bufandas

Quiero (necesito) un poquito de tranquilidad. Demasiadas nubes, demasiados truenos, demasiados rayos, algún que otro sol. Estoy cansado. Añoro mi rutina, mis lecturas sosegadas, mis discos girando, pasar horas con Ella sin hacer nada (que no es lo mismo que sin nada que hacer).

Y busco mis pequeños lugares comunes, aquellos que me traen sensaciones de sosiego. Y alguno de ellos, por muy extraño que parezca, tiene ese poder balsámico.

Así que me paso por una tiendita informática que hay en una plazoleta al lado de mi casa. Alguno pensará que vaya manera de buscar sosiego, recurriendo a compras de cacharritos que además de ofrecernos ventajas, nos quitan parte del alma (sobre todo cuando es por trabajo).

Pero nunca compro en esa tienda de la esquina. Es completamente inútil. La miro desde fuera. Porque dentro casi siempre está, rodeada de cientos de cosas que casi todos conocemos, una viejita, con su manta sobre las piernas, su perro durmiendo una vida a sus pies, y ella sin parar de hacer punto.

La primera vez que la vi fue porque entré a comprar una tarjeta de red.
"Uy, hijo, yo de eso no entiendo. Cuando mi nieto me manda que me quede aquí atendiendo, no puedo vender nada. Mira tú a ver si encuentras eso que dices".

Desde entonces, le he visto tantas veces ahí sentada que empiezo a sospechar si no es una tapadera para la venta encubierta de trajecitos para recién nacidos.

Pero hoy he salido tarde del trabajo, y estaba cerrada. Y hubiera querido estar con la viejita, tumbarme en el suelo al lado de su perro (a dormir un poco de su vida), y encargarle que me haga una bufanda para que fuera la única prenda con la que vestir a Ella uno de esos días que estamos juntos sin hacer nada (que no es lo mismo que sin nada que hacer).



Suena la corriente: "Noites do Norte" - Caetano Veloso