Me da miedo contar, sumar, los minutos que a diario dedico a (tratar de) aparcar el coche, de dejarlo olvidado por un tiempo después de un día (y otro, y otro, y…) con más desasosiegos de los juiciosamente recomendables.
Una vuelta, y otra vuelta, viendo cómo el reloj avanza, cómo me cruzo varias veces con otra gente que está en las mismas, cómo cada vez se me hace más insufrible el tiempo que tardo en poder refugiarme en mi espacio, en mis cosas, en ese útero sobre el que poseo el control.
Ayer me dio todo igual. No se si fueron 60, 90 o más los minutos empleados. Fumaba. Paraba. Seguía. Volvía a fumar. Me alejaba. Volvía. Miraba tiendas. Disfrutaba neones, ruidos, pasos lentos o rápidos, voces, gritos, risas, llantos.
Ayer podía haber pasado horas sin encontrar un lugar donde dejar descansar al monstruo de cuatro ruedas. Porque ayer, ahí dentro, rodeado por cristales en lugar de paredes, sonaba Nick Cave, sangraba "Abattoir Blues", lloraba "The Lyre of Orpheus".
Y yo no necesitaba nada más.
Suena la corriente: "The Lyre of Orpheus" - Nick Cave