Mira, mi querido amigo, que hace ya tiempo aprendí a no pedir cosas extraordinarias, que a mí eso de la redención nunca me ha ido, que prefiero ser un pecador contento que un beato reprimido, que no le pido a la música que cambie el devenir de sí misma, sino que me haga sentir.
Qué poco pido, y qué difícil es que me sea concedido.
Pues eso, que llega un viernes, uno está hasta el gorro del trabajo, de la rutina, de la lluvia, del cielo y del suelo, se calza sus camperas, su cazadora, sus dos buenos paquetes de tabaco, sus varios papeles de euros (hay que gastarlos antes de que llegue el "eusko") y se va a escuchar guitarras. Ni más ni menos. Y a las 20:30 horas, o sea, horario casi infantil, de carnaval.
Y resulta que los Sugar Mountain y sus stonianas (y grandes, y buenas, y ya imprescindibles) guitarras ayudan a bajar los primeros tragos. Y después, los locales Zodiacs te sueltan un sopapo de turgencia juvenil en plena cara. Que sí, que sí, puritito power pop con la mejor de las ascendencias, para que seas consciente de que ya no eres un crío, pero darías lo que fuera por serlo.
Y luego ahí están sobre el escenario una panda de garrulos suecos para prepararte unas cuantas rebanadas de puro vicio. Que ya lo sé, amigo, que los Diamond Dogs no han supuesto un antes ni un después en esta historia, que suenan a Faces por las cuatro cuerdas, que es que hasta el cantante es clavadito al Rod Stewart más simple (simple de mente/demente).
Pero mira, estos cabrones, estos hijos de puta, estos bastardos de mala madre y cuatro padres son capaces de hacer que me olvide de todo, de ponerme los pelos como escarpias.
Y de sentir la impagable sensación de AMAR esta música de mierda.
Simplemente rock and roll.
Chulo, puro y duro.
Suena la corriente: "Chronicle" - Creedence Clearwater Revival