jueves, 28 de abril de 2005

Augusto Roa Bastos (13 junio 1917 - 26 abril 2005)

Tuve ocasión de saludarle. Guardo la foto, hoy, igual que siempre, única. Un grupo de amigos, de los buenos, y él en el centro.
Maestro, gozo con sus letras.
Adulado (sincero). Goce, usted que es joven.
Para algo tenían que servir aquéllos encuentros de embajada.

Yo, El supremo, aquel dictador que cerró su país a cal y canto. Nadie salía. Nadie entraba. Era su casa. De esos vinieron otros después, que hicieron lo mismo. Y él marchó.

Hijo de hombre. Madera quemada. Pude reconocer los lugares cuando estuve. Los ambientes. Los espíritus. Cada viaje por el Chaco, borracho de cielo azul, cada camino, cada picada, cada cruz marcando una batalla de aquella guerra indigna del hombre (cuál no lo es), tenía su marca. Antes de llegar, ya lo conocía.

Cada año, cada Nobel, mantenía la tensión, como todo un pueblo. En estos días, los premios marcan la altura. Aunque no sea cierto. Su obra es grande, inmensa. Necesaria para mí.

Perdí el pudor, la vergüenza. Le encontraba en un restaurante, en el patio de comidas de un templo del consumo, en la calle.

Maestro, sigo gozando. Aunque ya no sea joven.



Suena la corriente: "Reservista Purajhéi" - Krhizya