Estoy limpio, bendecido, santo. De hecho, creo que nunca me habían bendecido tanto como estos últimos días. Por motivos de trabajo, cruzo últimamente numerosos correos con una persona de un país centroamericano.
Dios le bendiga. Usted es una criatura de Dios. Un aura divina seguro que le rodea. Notamos la bendición del Señor sobre usted. Dios le bendiga. Dios le bendiga. Dios le bendiga.
Todos y cada uno de ellos incluyen una de estas frases. Y yo me digo, que no sé, si es el mismo tipo de bendición de la que habla Bush que siente, empiezo a sospechar que dichas frases no son tan laudatorias.
Tal vez dios se debiera olvidar un poco de mí (que no me va tan mal, hombre) y centrarse en otros temas que tantas desgracias producen en el mundo.
Yo por mi parte me centro en mis cosas. Nimias. Pequeñas. Tenues. Pero sabrosas. Y espero la próxima rodaja de Antonio Vega. Hace tiempo dejó de producirme la emoción de antaño. Pero, un respeto. De su boca, de su puño, siguen surgiendo sentimientos, cada vez que la abre, cada vez que lo cierra.
Y espero la próxima rodaja de Bruce Springsteen. Hace tiempo que ya no hago cola para que abran aquel Kentucky Discos de la calle Fernández de los Ríos en Madrid y saborear de manera inmediata el The River. Pero, un respeto. No, algo más que un respeto. Es parte de mi crecimiento. Es parte de mí.
Así que entendiendo que la guerra llama al dinero (o el dinero llama a la guerra, qué más da), me puedo acostar más tranquilo sabiendo quién es el nuevo presidente del Banco Mundial.
Al fin y al cabo, el mundo sigue tan jodidamente jodido. Y dios bendiciéndome.
Y yo, a mis cosas. Pequeñas, pero sabrosas.
Como John Fahey.
Igual aún no estoy perdido.
Suena la corriente: "The great Santa Barbara oil slick" - John Fahey