Hace unos días, el anuncio de un concierto cerca de donde vivo levantaba todas mis expectativas. Paul Collins volvía a la carga, tras tantos años de (yo, simplemente yo) no verle encima de un escenario. Tras tantos años de no compartir cervezas (no diré cara a cara, más bien espalda con espalda) en tantos garitos de Madrid.
Pero las confusiones del pasado suelen retornar, y los anunciados The Beat, no eran los americanos, sino los también recordados ingleses, hacedores de un ska-pop que me mantuvo en danza más de una noche. Pero, ay, ya me había quedado con las ganas del Collins.
Y recuperé su primer maravilloso LP (etapa The Beat, que puedo tirar del hilo, y nunca olvido a The Nerves), toda una obra maestra de rock juvenil, de urgencia, la esencia del power-pop, el sentido de un sonido.
Ayer, leyendo estos buenos papeles, volvían a hablar de ese disco. Hay obras que por su significado traspasan épocas, influyen en generaciones, ponen patas arriba estilos ya asentados. No sé, me cuesta calibrar el poso que posteriormente dejara este disco.
Pero aquí, este capitán, preparándose para abandonar la treintena, deslizándose de lleno por el tobogán de la tópica crisis (pero real), tiene muy claro lo que quiere ser de mayor: de mayor quiero tener 19 años y grabar un disco como el primero de The Beat.
Nada sobra. Todo es necesario. Turgencia, urgencia, acné, camisetas a rayas, guitarras, mujeres, rock, pop, vida, rebeldía, magia, evocación, respeto, nervio, genio.
A menudo me he preguntado por qué cualquier pipiolo, cuando monta su grupo en el instituto, no sueña con grabar un artefacto semejante. No atisbo nada mejor. No concibo otro debut tan lleno de vida.
Es simplemente beber la vida.
Suena la corriente: "The Beat" - The Beat