Uno tiene la increíble insensibilidad de comentar una supuesta (pequeña, muy pequeña) depresión producida por un resultado de fútbol. Y alguien le contesta que siente otra depresión, más una tristeza vital, por un tema que sí lo merece. Y me siento estúpido, claro.
Un programa de televisión emitido semanas atrás, hace que durante las últimas, el número de personas (temerosas, tímidas, con miedo pero con una tremenda ansiedad de ser entendidos, correspondidos, simplemente acompañados) que se acercan a un foro de Internet se multiplique de manera llamativa. Siempre es así. La salida a la superficie de los monstruos que se llevan dentro suele producir estos movimientos.
Esta sociedad siempre ha tenido temas tabú, cuya sola mención lleva a un desinterés pocas veces fingido. Poco a poco, en algunos casos, va superando ese manto de silencio. La llamada violencia doméstica (terrorismo doméstico) es un ejemplo. Siempre he dudado que ahora sea mayor que antes. Pero ahora se habla de ello, se denuncia, aparece en los medios.
A.S.I. es el acrónimo de Abusos Sexuales en la Infancia. No es tanto (que también) el tema de las redes cada vez más internacionales de pederastia. Es hablar del ser prehistórico, del animal depredador que llevamos dentro. A un niño siempre se le ha dicho que no coja caramelos de un extraño. Pero nunca se le ha inducido al rechazo si vienen de un ser querido, cercano, de tu propia familia, de tu entorno más próximo. Estos niños no pueden comprender, no pueden entender, y el abuso, el abusador, los transforma en víctimas completamente convencidas de que los culpables son ellos. Les roban la infancia, la inocencia, y los recubren de una barrera de silencio de proporciones tan inmensas que resulta titánico poder romperla, siquiera soñar con hacerlo.
Las estadísticas hablan de que una de cada cuatro niñas y uno de cada cinco niños han sufrido algún tipo de abuso sexual en su infancia. Cuando esto, en letra pequeña, sale reflejado en un periódico, el comentario general es que no puede ser, es una cifra exagerada. Simplemente porque nos produce un pavor indescriptible. Que sean ciertas supone que todos, cada uno de nosotros, conocemos, aunque no lo sepamos, a alguien que los ha sufrido.
Leer el libro "Cuando estuvimos muertos" de Joan Montané, no es un bocado placentero, desde el momento en que somos conscientes de nuestras miserias. Los perfiles psicológicos de las víctimas, cada una con una historia completamente propia, se asemejan como gotas de agua. Pero también plantea que hay salida, que la víctima puede alcanzar una vida normalizada. Al menos, que se puede aprender a vivir con ello. No es algo del pasado que se pueda olvidar. Un cojo nunca podrá dejar de cojear por el hecho de haber perdido una pierna hace mucho tiempo. Pero podrá aprender a vivir con su cojera.
Asociaciones de ayuda a las víctimas, hay pocas. FADA y alguna más que empieza ahora a nacer. El propio Joan creó hace tiempo un foro de Internet. No está dirigido a curiosos. Es para ellas y ellos, para los que lo sufrieron y lo sufren. Mientras la sociedad lo silencie, a los políticos no les interesen estas víctimas, los jueces sigan absolviendo a los abusadores amparados en una familiaridad que ellos mismos traicionaron, son las propias víctimas las que deben ayudarse. Y es comprensible que se sientan solas.
No, no olvido que todos conocemos a alguien.
Muchas veces, da miedo morir.
A veces, da más miedo vivir.
Suena la corriente: "The Carlton Chronicles" - South San Gabriel