sábado, 22 de octubre de 2005

Un tequila por él

Este barco vuelve a navegar por ríos conocidos. Han pasado apenas dos horas desde que un avión depositó en las manos de Ella un cuerpo maltrecho y una mente cansada. No es lo mismo viajar sólo por placer. No es lo mismo viajar sólo por trabajo. Trato de absorber los pocos tiempos que me deja lo segundo para deleitarme con lo primero. Ansia de ver. Ansia de oler.

Pero al final, la falta de minutos de respiro se deja notar. México ha pasado como una exhalación. Pero el cuerpo ha respondido de manera cansina. La mente estaba en otra cosa. En Ella y su familia. Tiempos difíciles en los que solamente quieres estar con los que quieres.

Pero estás lejos, a miles de kilómetros. Y aún así, has encontrado huecos para mojarte en el Zócalo, para empaparte de sonidos rancheros, para mancharte las manos con tacos y quesadillas, para escuchar el caos, para sentir el pulso, para disfrutar los colores. Porque México es color.

Y el cuerpo se revelaba. Irascible. De mal humor. De malos humos. Y México se me ha escapado como una exhalación. Aunque sé que me espera. Para otra visita. Para otro abrazo.

Llegas y te abrazas a Ella. Y le susurras que todo va a salir bien. Porque es lo único que quieres. Porque tienes la certeza de que va a salir bien.

Y poco a poco te vas haciendo a la nueva realidad, que era la tuya, pero habías dejado estancada. Y sabes que hay gente que ya no está.

Odiado y amado. Kike Turmix ya no está. Se ha ido con sus guitarras a otra parte, donde a buen seguro seguirá armando bulla, seguirá siendo odiado y amado. Malasaña queda coja. Deba queda cojo. Bilbao queda cojo.

No puedo decir que le conocía. Pero siempre nos saludábamos. A él le llamaba Mutriku. A mí, Zarautz. Por razones obvias. Nosotros le decíamos simplemente Kike. Pero volver a Malasaña y no encontrarle va a ser raro. Va a ser triste.

Le mezclo con mis cosas. Con mis viajes. Con Ella. Pero así quiero que sea. Porque soy consciente que al final también formaba parte de lo mío, de mi música, de una parte de lo vivido.

Odiado y amado. Discutido. Pero recordado. Y fue casi al final, pero dio tiempo a saborear un tequila en su honor.

Por el Gordo!



Suena la corriente: "Nos van a desinfectar" (Poch) - The Pleasure Fuckers

Vivido en México.
Navegado en casa.

sábado, 15 de octubre de 2005

Me gusta que esté borracho

Contrastes. Me gustan, pero a veces resultan excesivos. Panamá parece rebosar dinero (es un hecho desde que les devolvieron el Canal), y al lado rebosa pobreza. La Habana lucha a duras penas por recuperar su parte vieja. Es normal. Aquí no necesitan luchar tanto, y sin embargo su estado es triste. Y no deja de ser una joya.

Don Manuel, el taxista, no calla al volante. Tienen la mejor agua, el mejor verde tropical, las mejores reses (aquí no hay vacas locas ni gripes aviares), los mejores carros, los mejores edificios, las mejores morenas y los peores pobres. Les dieron el casco viejo y lo destrozaron. Él los destroza a su vez, los descuartiza. Y no creo que esté mucho más arriba en el escalafón.

Veo desde una terraza el trajín del barco por las esclusas. Para un alma marinera, resulta fascinante. Impone. Emociona. No puedo apartar los ojos, y quiero estar ahí, en la proa, viendo la maniobra. Me sobra la tierra firme.

Tim nos mira con sus ojillos entrecerrados detrás de sus gafas. El rioja corre de copa en copa con profusión. Le doy coba en su inglés natal. Ustedes sí que saben divertirse. En mi triste ciudad blanca todos somos muy aburridos. Tim, no digas chorradas, si te estás divirtiendo como el que más. Ya, pero yo estoy borracho.

Primera vez en todo el viaje que en un garito hay una banda tocando algo que parece fuera de lugar. Pero lo agradezco. Doors, Stones, Dylan, Creedence,… Al fin no duramos, y yo, como borreguito, me voy a mover al ritmo latino. No me quejo. Borreguito contento.

Estoy cansado. Quería probar el casino, perder mis 50 doláres (no doy para más), soñar con épocas pasadas. El crupier me intuye dormido, pero logro escapar a tiempo. Me acerco a la recepción para chequear unas llamadas. Veo llegar a Tim, pero prefiero que no me vea. El bueno de Tim.Encontró a su morena. Me gusta que Tim esté borracho.



Suena la corriente: "Green river" - Creedence Clearwater Revival

Vivido en Panamá.
Navegado en Ciudad de México, México

miércoles, 12 de octubre de 2005

Un gustito muy fresco

Y bailé, sí que bailé.
Lo que me pusieron por delante. Con quien se puso por delante.

Y paseo por Bogotá, aprovechando el poco tiempo que tengo para ser yo y disfrutar. Trato de olvidarme de esos ojos analíticos, que comparan, escrutan, sentencian. Quiero ser yo y simplemente perderme en las calles, en la gente, en los bares. No quiero decir que me llevo la impresión de Colombia como un país alegre, dinámico, activo, en buen estado. No quiero decir que de los países sudamericanos que he visitado en los últimos meses es el que está menos triste. O al menos lo parece. No quiero escrutar.

Quiero simplemente mezclarme. Refrescar el cansancio tomando un jugo de quién sabe qué en la calle de la Fatiga, en la calle del Divorcio, en la calle de los Amigos. Ver a los niños subir en los autobuses en marcha. El mocoso que me insulta porque le hago una foto. Los ojos de la morena que me dicen que por diez dólares le puedo fotografiar todo, todo.

Dice el taxista usted tiene un buen trabajo. Me quejo, pero sí, lo tengo, me permite mirar, ver, que es lo que me alimenta. Me quejo, pero me veo en un grupo tomando una cerveza con gente de al menos diez países diferentes. Con lo que odio los países. Me quejo, pero disfruto viendo los ojos extraños cuando proclamo que no he leído el código da vinci y que no tengo la más mínima intención de hacerlo, yo, al que ven con un libro en cada avión.

Es un grupo extraño, pero cálido. La vida de los feriantes. Nos entendemos, nos apoyamos. Estamos todos lejos, a millas de las cosas que queremos. No encajamos, no encajo, pero nos dejamos llevar. Me dejo llevar.

Me dejo sacar a bailar. Cierro los ojos. Y le digo a Ella en un susurro, sé que eres tú quien me sacas, sé que estás aquí.

No hay aire acondicionado? No señor, pero le podemos traer uno personal. De acuerdo. Aquí está, señor. Pero esto no es un aire acondicionado, es un ventilador. No importa, señor, pruébelo, ya verá como da un fresquito muy gustoso.

Sí, un gustito muy fresco.



Suena la corriente: "Alivio de luto" - Joaquín Sabina

Navegado en Ciudad de Panamá, Panamá

viernes, 7 de octubre de 2005

Olores conocidos

Olvido la Lima incorpórea y la Cartagena habanera (si hasta sus murallas son su malecón), y me sumerjo en la Sudamérica que identifico, que me es afín, que me lleva a mis años pasados. El conserje del hotel pone cierto mohín cuando ve que salgo a pasear por Cali. Asumen el papel de responsables del huésped (y no sé por qué, si ya está todo pagado). Pero yo no puedo evitar la imagen que de la ciudad han creado los medios, las películas, los libros. Y supongo que los propios actores de la acción.

Y me encuentro con el caos de carros, motos, bicicletas, autobuses de todo tamaño, color y pelaje, cláxones, pitidos, gritos, risas. Gentes de un sitio a otro, supongo que con un destino (aunque no lo parezca), grupos abigarrados esperando el verde de un semáforo que no respetará ningún auto, con ese frenesí del caos que en nada se parece al estrés de nuestras calles.

Olor a fritanga, a lechona rellena de arroz y chicharrones, a jugos de todos los colores, a frutas de todos los sabores, a sexo de todos los géneros (y subgéneros). Música estridente en cualquier esquina, roce de pieles blancas, morenas y negras, cuerpos imposibles, el reino de la curva, la extinción de la anorexia.

Los bingos abiertos a pie de calle, con mesas, sillas y cartones que se antojan de uso eterno, cientos de quinielas, loterías y rifas (el sueño del pobre), copetines que prometen ambiente familiar y ofrecen oscuridad abisal, iglesias que reciben al nuevo Papa, el ratero que corre seguido del embaucado que aún así se pone su camiseta antes de la persecución (carreras con dignidad), el niño con su bote de cola (peluches de quien no tiene nada).

Vuelvo al hotel al rato de caer la noche habiendo olido lo que conozco, pero jodido por esa búsqueda de la seguridad que el europeíto cree que solamente encontrará en su jaula de oro. Jodido por no haber bebido en el copetín de ambiente familiar.

Trabajo sábado y domingo (el capital no respeta fiestas de guardar), pero mañana (ya hoy) en Bogotá creo que es hora de estirar las piernas. De salsear. De marcarme un vallenato bailando como si lo hiciera con Ella.



Suena la corriente: "Cali pachanguero" - Grupo Niche

Navegado en Cali, Colombia

jueves, 6 de octubre de 2005

Historias mínimas

Carta

Pelo más que canoso, unos setenta años, chaqueta, corbata y camisa raídas por el uso, saca unas cuartillas que parecen de un blanco deslumbrante, una (preciosa, esbelta) estilográfica Montblanc, y yo, de pié al lado de mi asiento, no puedo evitar fisgonear en su vida:
"Camino Lima, sin saber qué voy a encontrarme, sobrevuelo tu isla, nuestra isla, y más que nunca te extraño, me duele no tenerte, abrazarte, besarte… Te amo y es un amor lleno de duelo…".
El pudor me vence, a pesar de mi inútil resistencia, vuelvo a mi lugar, me siento, e imagino mil historias, continúo la carta de mil maneras y creo mil vidas no sé si reales. Y pienso en Ella.

Fe

Dejo Lima sin haberla pisado. Literalmente. Horarios desquiciados y trabajo. Hotel, taxi y aeropuerto. No ha dado para más. Tomo asiento. A mi derecha un matrimonio peruano, entrados en años, curtidos por el sol, el trabajo, apariencia más que humilde. Saco mi libro. Él, el suyo. Una Biblia de tapas duras y hojas desgastadas que abre por San Lucas. La mujer le agarra la mano y le dice, luego me cuentas.

A mi izquierda, dos mujeres maduras. Forman parte de un grupo de peruanas que viajan de vacaciones a Colombia, tan alborotadas que parecen niñas, todas ellas con una estrafalaria gorrita roja. La más cercana a mí lee un librillo igual de desgastado, la última encíclica de Juan Pablo II. Lo aprieta contra su pecho, lo estruja mientras despegamos, tiembla con los ojos cerrados y la cara pálida. Me dan ganas de agarrarle la mano y decirle no pasa nada, todo va bien.

Tumulto

Paseo por una Cartagena de casas de postal y personas de carne y huesos. Ellas de mucha, mucha carne, ellos de mucho, mucho hueso. Una grúa que trata de elevar pesadamente un coche mal aparcado, pierde fuerza y lo desploma contra la acera. Todos se convierten en expertos y discuten si ha destrozado la dirección del carro. El dueño, bajito, azorado, rojo de vergüenza ante la masa que nos congregamos, se deja manosear, guiar, dominar por una mujer de mucha, mucha carne y mucha, mucha altura. Gritan a la policía, a los gruístas, al cielo. Cada vez somos más, todo el mundo habla, todo el mundo ríe. Que mueva el coche, que no lo mueva, que está jodido, que no tiene nada. La mujer pide un fotógrafo que pueda llevar la muestra del supuesto desperfecto a comisaría.

Y alguien grita, aquí hay un turista, y tiene una cámara. Que venga inmediatamente, ahora, es vida o muerte. La mujer tiene claro que ella es la que domina. Busco al pobre incauto extranjero a punto de meterse en un embolado de cuidado, y veo que todos, todo el tumulto, me mira a mí.

Me cruzo la mirada con el dueño del coche, y antes de salir por patas, nos comprendemos.



Suena la corriente: "A ghost is born" - Wilco

Navegado en Cali, Colombia