Carta
Pelo más que canoso, unos setenta años, chaqueta, corbata y camisa raídas por el uso, saca unas cuartillas que parecen de un blanco deslumbrante, una (preciosa, esbelta) estilográfica Montblanc, y yo, de pié al lado de mi asiento, no puedo evitar fisgonear en su vida:
"Camino Lima, sin saber qué voy a encontrarme, sobrevuelo tu isla, nuestra isla, y más que nunca te extraño, me duele no tenerte, abrazarte, besarte… Te amo y es un amor lleno de duelo…".
El pudor me vence, a pesar de mi inútil resistencia, vuelvo a mi lugar, me siento, e imagino mil historias, continúo la carta de mil maneras y creo mil vidas no sé si reales. Y pienso en Ella.
Fe
Dejo Lima sin haberla pisado. Literalmente. Horarios desquiciados y trabajo. Hotel, taxi y aeropuerto. No ha dado para más. Tomo asiento. A mi derecha un matrimonio peruano, entrados en años, curtidos por el sol, el trabajo, apariencia más que humilde. Saco mi libro. Él, el suyo. Una Biblia de tapas duras y hojas desgastadas que abre por San Lucas. La mujer le agarra la mano y le dice, luego me cuentas.
A mi izquierda, dos mujeres maduras. Forman parte de un grupo de peruanas que viajan de vacaciones a Colombia, tan alborotadas que parecen niñas, todas ellas con una estrafalaria gorrita roja. La más cercana a mí lee un librillo igual de desgastado, la última encíclica de Juan Pablo II. Lo aprieta contra su pecho, lo estruja mientras despegamos, tiembla con los ojos cerrados y la cara pálida. Me dan ganas de agarrarle la mano y decirle no pasa nada, todo va bien.
Tumulto
Paseo por una Cartagena de casas de postal y personas de carne y huesos. Ellas de mucha, mucha carne, ellos de mucho, mucho hueso. Una grúa que trata de elevar pesadamente un coche mal aparcado, pierde fuerza y lo desploma contra la acera. Todos se convierten en expertos y discuten si ha destrozado la dirección del carro. El dueño, bajito, azorado, rojo de vergüenza ante la masa que nos congregamos, se deja manosear, guiar, dominar por una mujer de mucha, mucha carne y mucha, mucha altura. Gritan a la policía, a los gruístas, al cielo. Cada vez somos más, todo el mundo habla, todo el mundo ríe. Que mueva el coche, que no lo mueva, que está jodido, que no tiene nada. La mujer pide un fotógrafo que pueda llevar la muestra del supuesto desperfecto a comisaría.
Y alguien grita, aquí hay un turista, y tiene una cámara. Que venga inmediatamente, ahora, es vida o muerte. La mujer tiene claro que ella es la que domina. Busco al pobre incauto extranjero a punto de meterse en un embolado de cuidado, y veo que todos, todo el tumulto, me mira a mí.
Me cruzo la mirada con el dueño del coche, y antes de salir por patas, nos comprendemos.
Suena la corriente: "A ghost is born" - Wilco
Navegado en Cali, Colombia
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