Aunque el disco se publica el 31 de enero, ya se puede escuchar en su totalidad, por ejemplo en El País. Y qué gozada poder hacerlo! Y es que en Old Ideas, Leonard Cohen demuestra que vuelve a estar por encima del bien y del mal, como en sus mejores tiempos. Porque empieza a extenderse la idea de que, tal vez desde I’m your man, sea ésta la obra más deliciosa que ha grabado. (...)
Es un disco para momentos íntimos, de esos en los que te puedes congraciar con lo que oyes. Y da igual que lo hagas en horas nocturnas o con la tenue luz del atardecer. El disco funciona en cada caso como un bálsamo, su voz áspera y aterciopelada a la vez te susurra alguna de las frases más bellas que ha escrito en tiempo. Es música hecha poesía, o poesía hecha música. En su caso, el placer es bidireccional.
Desde ese comienzo, con Going home, susurros de melancolía sobre coros femeninos repasando toda su vida (Leonard is a lazy bastard living in a suit), Amen, un recitado melódico sobre contrapunto de banjo y una trompeta de nostálgico contenido emocional, Show me the place, donde piano, vientos y cuerdas crean un himno de euforia vital, Darkness, un oscuro blues donde el Hammond nos mete de lleno en décadas pasadas, goteando southern rock, Anyhow, recitado de piano, whisky y burdel con neblina de perdedor, la desnudez de la preciosa declaración de amor Crazy to love you, Come Healing, donde un coro femenino arropa la voz de Cohen con todo el cariño del que la sensibilidad es capaz, el comienzo country de Banjo que muta sin saber cómo en un gospel, para balancearse entre campo e iglesia sin estridencias, el vals de Lullaby, cuando, después de tantos minutos de pura emoción, uno ya no puede contenerse más, abraza a Ella con delicadeza, se juntan y se mueven a un compás que sueñan con que nunca termine, para cerrar con Different sides, cabalgando de nuevo sobre esos coros y ese cara a cara entre el Hammond y el piano que dejan regusto y ansia de más.
De más, porque pareciera que Old Ideas no tuviera fin nunca, que fuera un torrente de emoción, en el que letra y música colaboran para que cada uno sueñe la escena de la película y la compañía en la que quiere quedarse para siempre.
Y lo vuelves a escuchar, por si la sensación que te embarga no fuera real, por si el sexo y el amor/desamor que rezuman las letras fuera imaginado, porque sigues sorprendido de una obra tan mayúscula pasada ya la madurez de Cohen.
Pero el disco no tiene trampa.
Es solo emoción.
Es un disco para momentos íntimos, de esos en los que te puedes congraciar con lo que oyes. Y da igual que lo hagas en horas nocturnas o con la tenue luz del atardecer. El disco funciona en cada caso como un bálsamo, su voz áspera y aterciopelada a la vez te susurra alguna de las frases más bellas que ha escrito en tiempo. Es música hecha poesía, o poesía hecha música. En su caso, el placer es bidireccional.
Desde ese comienzo, con Going home, susurros de melancolía sobre coros femeninos repasando toda su vida (Leonard is a lazy bastard living in a suit), Amen, un recitado melódico sobre contrapunto de banjo y una trompeta de nostálgico contenido emocional, Show me the place, donde piano, vientos y cuerdas crean un himno de euforia vital, Darkness, un oscuro blues donde el Hammond nos mete de lleno en décadas pasadas, goteando southern rock, Anyhow, recitado de piano, whisky y burdel con neblina de perdedor, la desnudez de la preciosa declaración de amor Crazy to love you, Come Healing, donde un coro femenino arropa la voz de Cohen con todo el cariño del que la sensibilidad es capaz, el comienzo country de Banjo que muta sin saber cómo en un gospel, para balancearse entre campo e iglesia sin estridencias, el vals de Lullaby, cuando, después de tantos minutos de pura emoción, uno ya no puede contenerse más, abraza a Ella con delicadeza, se juntan y se mueven a un compás que sueñan con que nunca termine, para cerrar con Different sides, cabalgando de nuevo sobre esos coros y ese cara a cara entre el Hammond y el piano que dejan regusto y ansia de más.
De más, porque pareciera que Old Ideas no tuviera fin nunca, que fuera un torrente de emoción, en el que letra y música colaboran para que cada uno sueñe la escena de la película y la compañía en la que quiere quedarse para siempre.
Y lo vuelves a escuchar, por si la sensación que te embarga no fuera real, por si el sexo y el amor/desamor que rezuman las letras fuera imaginado, porque sigues sorprendido de una obra tan mayúscula pasada ya la madurez de Cohen.
Pero el disco no tiene trampa.
Es solo emoción.
Suena la corriente: "Show me the place" - Leonard Cohen
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