No me gusta acercarme a un disco habiendo leído previamente algo sobre él. En muchas ocasiones te creas prejuicios o expectativas que luego influyen en su disfrute. Pero llegar virgen a una escucha se antoja prácticamente imposible hoy en día, con tantos blogs, webzines, revistas musicales y redes sociales. Aunque sea tirar piedras contra las aguas del propio Río Rojo.
Así que me ha resultado imposible encarar el nuevo trabajo de Mark Lanegan, Blues Funeral, como me hubiera gustado. Y lo leído no me daba del todo buena espina. Atmósferas con sintetizadores, loops, tecno bailable y reminiscencias a U2. Glups! Y sí, pero no. (...)
Cierto que todo eso está presente, pero también la esencia propia de Lanegan. Y por encima de todo, su voz. El excantante de Screaming Trees posee una de esas voces que si logra adentrarse en tu cabeza, difícilmente va a abrir la puerta de nuevo para salir. Aunque sea complicado de imaginar, siempre la he asociado a una antigua película en blanco y negro, de esas en las que puedes ver la textura granular de la imagen. Sí, es algo que se ha perdido con las técnicas digitales. Pero así veo su voz. Profunda, fumadora, bebedora y con grano.
Cierto que todo eso está presente, pero también la esencia propia de Lanegan. Y por encima de todo, su voz. El excantante de Screaming Trees posee una de esas voces que si logra adentrarse en tu cabeza, difícilmente va a abrir la puerta de nuevo para salir. Aunque sea complicado de imaginar, siempre la he asociado a una antigua película en blanco y negro, de esas en las que puedes ver la textura granular de la imagen. Sí, es algo que se ha perdido con las técnicas digitales. Pero así veo su voz. Profunda, fumadora, bebedora y con grano.
Y esa voz está presente en todo el disco. Y las canciones que me llegan son superiores en número a las que me evitan. Si a los momentos más intensos, como The gravedigger’s song (en la que deambula el espíritu de Nick Cave), Riot in my house (con la guitarra de Josh Homme) o Quiver Syndrome le uno las hipnóticas atmósferas de Bleeding muddy water, Gray goes black, St Louis Elegy, Phantasmagoria blues o ese lamento blues que es Leviathan, obtengo un más que interesante disco. Cierto que el contrapunto amargo lo ponen ese ritmo cuasi-ochentero de Ode to sad disco, o Harborview hospital, donde una fantástica letra sobre un encierro hospitalario (cura de desintoxicación?) queda diluida en lo que bien pudiera ser una canción de U2. El caso es que pocas crónicas de Blues Funeral evitarán que aparezcan los irlandeses en ellas. Me hubiera gustado evitarlo, pero no he podido.
Mark Lanegan sigue alimentando ese halo maldito, misterioso, crepuscular y claustrofóbico. Recuerdo aún el concierto que vi en Ámsterdam durante la gira de presentación de Bubblegum, en el que tras dos horas, nadie había sido capaz de vislumbrar siquiera su rostro, envuelto en una permanente penumbra, con un juego de luces centrado exclusivamente en el resto de músicos. Él solo era una voz. Eso y los continuos, y ya establecidos, rumores sobre su precaria estabilidad corporal agrandan la leyenda.
Ha sido una larga espera, Bubblegum es de 2004, aunque amenizada por sus deliciosos discos junto a Isobel Campbell, su proyecto con Greg Dulli en The Gutter Twins o sus colaboraciones con Soulsavers entre otros. No es poca cosa, sus inquietudes siguen en buena forma.
Aunque por lo descrito, Blues funeral deje al final un cierto regusto amargo.
Suena la corriente: "The gravedigger's song" - Mark Lanegan
Suena la corriente: "The gravedigger's song" - Mark Lanegan
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