
A ver, pude haber sido yo, pero algo me dice que no. Asistir a un concierto de Mark Lanegan con alguna décima de fiebre, un estado de abotargamiento general y unas ganas locas de haberte quedado sobre el sofá y bajo una manta (a pesar de una temperatura exterior deliciosa) no es la mejor de las predisposiciones. O tal vez sí, dada la especial intensidad febril que es capaz de transmitir. (...)