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Dos discos. Solamente dos discos y un mini-LP y sin embargo dejar para la posteridad un recuerdo que se antojaba perenne. Porque su música podía haberse grabado a caballo entre los 60 y los 70, se hizo a principios de los 2000 y si se hubiera hecho hoy en día, nada importaría. Esa es la esencia de la música con alma, su carácter imperecedero. Una carrera bella, bellísima, y corta. Y ahora sabemos que, once años después, en unos meses tendremos nuevo disco de Beachwood Sparks. (...)
Y recuperas sus dos discos, Beachwood Sparks (2000) y Once we were trees (2001) y reafirmas que son dos obras fundamentales en la música de este siglo, aunque parezcan venidas de mediados del anterior. Y es que para quien ame las melodías encarnadas en el corazón de Los Angeles, desde los sonidos del Laurel Canyon hasta la Cosmic American Music, desde las playas que cantaban los Beach Boys hasta las praderas que imaginaba Gram Parsons, Beachwood Sparks son un grupo a tener muy cerca del reproductor.
Como tantas otras bandas, sus miembros venían de diferentes proyectos de rock alternativo y emisoras underground de finales de la década de los 90. El guitarrista/cantante Chris Gunst, el bajista Brent Rademaker, el teclista y steel
Dave Scher y el baterista Aaron Sperske fueron la formación clásica y la que participa en su anunciado retorno, aunque las entradas y salidas de Jimi Hey a las baquetas le confiere carácter de miembro. Y, como en tantos otros casos, a pesar de sus orígenes más ruidosos, es en Beachwood Sparks donde expanden su amor por el country y la melodía arrebatadora. Y aunque en diversas entrevistas atisben el honor y a la vez el hastío por la comparación, siempre han sido tres los nombres de referencia hacia los que ha apuntado su música: The Byrds, The Flying Burrito Brothers y Buffalo Spirngfield. Pero siempre han sido capaces de tocar las fibras sensibles de quienes aman las complejas melodías de Beach Boys o Big Star, el alma rock de The Band, la importancia generacional de los Grateful Dead más country o el carisma de Arthur Lee y sus Love.
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Y volver a enfrentarse a su disco homónimo es un feliz reencuentro con canciones tan redondas como Desert Skies o Sister Rose, a lomos de la que cabalga todo el espíritu que marcó la vida de Gram Parsons, con sus luces y sombras. Es música cósmica en su más plena expresión, pero trufada de pequeños experimentos psicodélicos en forma de mínimas canciones, interludios de hecho que explotan en Old sea miner, donde parecen renacer las creaciones más lisérgicas de Brian Wilson y sus chicos.
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Despidieron su producción oficial con el mini-LP Make the cowboy robots cry, disco más complejo, con canciones que sobrepasan con mucho la duración media anterior, como esa oda plena de psicodelia que son los siete minutos de Drinkswater o la belleza intemporal de Ponce de Leon Blues.
Está claro que Beachwood Sparks fueron desapareciendo dejando la puerta completamente abierta. No era posible que hubieran dicho todo en tan pocas, aunque tan grandes, líneas. Ha sido una larga espera, casi 11 años, que ahora se ve refrendada con el adelanto de una canción del anunciado nuevo paso. El disco se llama The Tarnished Gold y lo que hemos podido escuchar, Forget the song, hace precisamente lo contrario. No pueden, porque no saben, olvidar el axioma perfecto para componer una gran canción, porque lo llevan en su ADN.
Una de las novedades más deseadas para este 2012.
Apenas dos meses para saborear de nuevo el placer.
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