Hay música, discos, conciertos que actúan como desengrasantes. Te ayudan a olvidar los sinsabores del día a día, te dejan limpio, con nuevos aires, fresco como una fruta inmadura. Y se agradece su efecto laxante. Otros, en cambio, tal vez consigan los mismos resultados, pero no los denominaría yo desangrasantes. Porque la sensación de grasa y suciedad queda entre tus uñas durante cierto tiempo. (...)
Y como he dicho, consiguen los mismos efectos. Que pases un buen rato, que te olvides de las toneladas de mierda, de la que ahoga, que llevas encima. Y no hay duda que tras ver en escena a Bob Wayne, la grasa, ya sea de la Harley, o más propiamente, del camión, se te queda impregnada. Porque has pasado casi dos horas entre marginados, en carreteras secundarias o principales, pero rodando a ritmo del country más anfetamínico.
Wayne proviene de la escena metalera, y él mismo reconoce que sin saber cómo, un día comenzó a componer canciones country. De esas que beben en las raíces de Hank Williams, de Johnny Cash, de Townes Van Zandt, en la senda de los outlaws con Waylon Jennings en el póster de la cabina del camión. Lo que le emparenta directamente con su amigo Hank III. Una corta vida marcada por las drogas y los excesos, que le han llevado a diversas penitenciarías, de esas que luego crean leyendas y alimentan canciones.
Él lo sabe, y aprovecha la circunstancia para dar esa imagen atrabiliaria, para recordar que hay varios estados que tienen prohibida su entrada, para similar esnifar cocaína sobre el micrófono, para anunciar que el country salvó su vida, para dar miedo con su imagen y la de la banda que le acompaña, con contrabajo psicótico, batería zombie, guitarrista patibulario que usa su instrumento más como un banjo eléctrico y el contrapunto de la violinista, dulce entre animales. Pero que no nos engañe, a pesar de las apariencias, Bob Wayne se antoja más un tipo simpático, campechano, que ama el country con alma punk y actitudes heavy. Pero que al final del concierto, se mezcla entre la gente para corear a su banda, y que cuando le piden una canción de amor, te espeta Love songs suck, pero a un ritmo romántico de ensoñadora balada campestre.
Y consigue plenamente el objetivo de que olvidemos durante un rato crisis y problemas y disfrutemos de una juerga entre camioneros borrachos. Por algo, las palabras más repetidas en su cancionero son highway, drive, devil y evil. Porque los márgenes de la carretera son lugares inhóspitos, pero en los que la confraternización y la amistad salvan al más pintado.
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