Admitamos que a la hora de recomponer cuerpos y espíritus tras una vorágine que, por numerosas causas, ha durado algo más de un mes, y hablando de música, existen dos caminos. Por un lado, te puedes meter un chute de energía en estado puro que te despierte de golpe. Por otro, puedes optar por iniciar un nuevo viaje, introspectivo, reflexivo y, admitámoslo, de claras connotaciones alucinógenas. (...)
Porque a la hora de iniciar cualquier tipo de viaje, ya sea astral o de lo más terrenal, igual de importante, o más, es el propio periplo que el destino en sí mismo. Este leitmotiv es repetido por los propios miembros de Magic Castles y transcrito por cuantos nos enfrentamos a su actual disco homónimo. Y realmente, en este caso la repetición no ha de suponer una falta de originalidad, porque esa misma repetición, trasladada al mundo de los acordes, es parte sustancial de la aventura musical de estos tipos de Minneapolis. Los guitarristas Jason Edmonds y Jeremiah Doering comenzaron el proyecto en 2006 y han sido la punta de lanza de Magic Castles con diferentes movimientos de nombre en el resto de la banda. Llegaron a autoeditarse tres discos y es posible que hubieran quedado en los aledaños de su música, que dada su expansión podía haberlos acogido durante mucho tiempo, si en su camino no se hubiera cruzado Anton Newcombe, el líder de The Brian Jonestown Massacre. Volando con lo escuchado, no dudó en ficharlos para su sello A Records y publicar este compendio de lo más granado de su producción hasta el momento. Sirve por tanto Magic Castle como un grandes éxitos si hubiera alguien que les seguía la pista de antemano (que seguro que sí) o como una excelente introducción a su etéreo mundo.
Porque ese ambiente hipnótico, repetitivo, etéreo vaga por la más de una hora de duración, un ambiente ampliamente anclado en los caminos que comenzaron a marcar los Beatles más psicodélicos, y fueron desarrollados plenamente en los 60, con los despiporres psicóticos de 13th Floor Elevators o los mismos The Doors (All my prayers huele a las huestes de Morrison por cada acorde). Pero echando un vistazo a los enlaces en su página de Facebook, constatamos que sus influencias vienen marcadas igualmente por bandas más actuales, todas cortadas por patrones lisérgicos y expandidos. Desde My Bloody Valentine a Spacemen 3, pasando por Galaxie 500 y todo aquello que haya tocado alguna vez la guitarra de ese genio de la introspección eléctrica que es Dean Wareham.
Desde la inicial Death Dreams hasta la final Emery's Memories (que bien podría ser un descarte de Velvet Underground), Magic Castles proponen la zambullida en su propio mantra, en un viaje de los sentidos a su particular mundo de seres mágicos y monstruosos, creados por una mente bañada en ácido.
No sabemos sus efectos en nuestra propia reconstrucción.
Pero de momento, nos tienen totalmente subyugados.
Tal y como están las cosas, volar es una salida tan digna como cualquier propuesta más práctica. Y desde luego, mucho más divertida.
Death Dreams by Magic Castles
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