Uno de los éxitos de cualquier festival que aspire a su
consolidación en el tiempo es la integración efectiva con la ciudad donde se
celebra. Que ésta viva el mismo como parte integrante de ella. Cuando hace años
el Azkena Rock Festival decidió extender algunas actuaciones al centro de
Vitoria, en formato gratuito y horario matinal, terminó por consolidar esa
identificación mutua. Porque de esta manera, pubs y locales gastronómicos se
suman al evento, programando todo tipo de actuaciones menores. Y si el tiempo
acompaña, las de la Plaza de la Virgen Blanca a la una del mediodía son un
sabroso aperitivo a lo que vendrá después. (...)
El viernes, se vivió un momento mágico con un veterano en
edad y neófito en éxito. La vida de Charles Bradley es un claro ejemplo de tesón
y superación. Fascinado desde jovencito con la magia de James Brown, ha
compaginado longevos trabajos como camarero y cocinero con oscuras bandas de
soul, que cada noche le proporcionaban la energía suficiente para encarar el día
siguiente. Descubierto por la gente de Daptone, grabó algunos singles hasta que
por fin, el año pasado, publicó su primer LP, el desbordante No time for
dreaming. Acompañado por una solvente banda, joven, muy joven, y blanca, muy
blanca, the Screaming Eagle of Soul ofició una sabrosa ceremonia de soul, sol y
vermut. Simpático, bailarín, jocoso, con alma y un vozarrón de los de antaño,
paseó por entre las almas de James Brown y Wilson Pickett, por entre el funk y
los giños a Stax y Muscle Shoals, por entre el erotismo y la reivindicación. Y
regaló esa espléndida versión de Heart of gold, que demuestra que Young tiene
pura alma soul.
Parece una perogrullada, pero desde hace tiempo un festival
de rock sin bandas suecas adolece de garra. Es posible que su cercanía
favorezca la contratación, pero también que su efectismo sobre las tablas está
fuera de toda duda. En la sesión del viernes, Pontus Snibb 3 y The Amazing
cumplían la cuota. Los primeros enlazaban el rock peleón vía Hellacopters, con
parada y fonda en AC/DC y ZZ Top, con las correrías del propio Pontus Snibb por
todo el recinto del festival mientras hacía sonar su guitarra. Los segundos
planeaban por entre acordes folk teñidos de psicodelia electrificada, con
similar displicencia escénica a la de tantas bandas cercanas al shoegaze.
Rich Robinson nada tiene que demostrar como guitarrista y
compositor. Su elegancia, su clase y su gusto están en las obras de The Black
Crowes y en sus dos discos en solitario, notablemente en el Through a Crooked
Sun del año pasado. Pero lo que en una banda, unido al resto de miembros y
sobre todo al carisma de su hermano Chris, alcanza cotas de magia musical,
sentimental y emocional, queda lastrado en su presentación como solista. No son
las canciones, no es su voz (evidentemente no es la de su hermano, pero aguanta
el test), pudo ser cierta incomodidad durante la primera media hora por algún
problema técnico, pero el concierto avanzaba entre cierta sensación de punto
muerto. Robinson no es la alegría de la huerta, aunque supo recomponerse
durante el tramo final, ese en el que paseó entre Fleetwood Mac, el Cinnamon
Girl (de nuevo Young presente) o esa estupenda versión del Oh! Sweet nuthin’ de
la Velvet que ya cantara con los Crowes.
Ya habíamos anticipado en el Río que uno de esos momentos íntimamente nuestros
iría unido a la presencia de The Screaming Tribesmen. Y es que ver en escena a Mick
Medew y a Chris Masuak juntos, alegres y en buena forma, nos reconfortó con ese
power-pop energético, ese garage que tantas buenas horas nos ofreció durante
los 80. Y ellos fueron entonándose a medida que sentían como la gente coreaba
sus canciones, a medida que se sentían queridos. Y cómo no voy a corear Date
with a Vampyre, Ice o esa joya juvenil que es 2 Blind Mice, si son parte de mí.
Por lo leído y comentado, los Tribesmen van a quedar como experiencia
secundaria del festival. Pero no dudo, por algunas miradas cruzadas, que para
unos cuantos, fue un momento mágico. Es más, fue el momento de una segunda
jornada que pocos emocionalmente intensos nos reportaría. Será nostalgia. O será
amor por una música de la que The Screaming Tribesmen eran los únicos
representantes.
Ay, Ozzy, el viejo (viejísimo, oiga) Ozzy. Reclamo de esta
segunda jornada, repetición del año anterior, tachadura para superar la
ausencia de Black Sabbath por los problemas de salud de Iommi. Pues no sé que
voy a decir, aunque debería decir poco, dado el escaso tiempo que permanecí en
un lejano costado del escenario. Suficiente para reafirmar que la Marujita Díaz
del rock no me dice nada. Así que nada digo.
Preferí con mucho la intensidad de los madrileños Lüger (es
en estos momentos en los que agradecí, y tanto, los dichosos solapamientos). Y
era entrañable llegar frente al escenario 3 (dónde si no) y saludar a los que
habitualmente por allí estábamos, lejos de bullicios y estrellonas. Lüger son
energía pura, repetición minimalista llena de urgencia, ruido y experimentación,
pero energía en estado explosivo. Sus referencias al krautrock, al ruidismo
psicodélico quedan absolutamente reforzadas en directo. Alardean de que sus
discos se graban así, en directo y a la primera toma. Y no es de extrañar. Es
la manera exacta de canalizar su onda expansiva. Sin duda, la mejor actuación
nacional de esta edición.
Y hablando de estrellonas, Cedric Bixler-Zavala lo es. Y
mucho. Para lo bueno y para lo malo. No sé exactamente qué me hicieron sentir
The Mars Volta. Reconozco que sin ser un fiel seguidor de su carrera, siempre
me ha llamado la atención de manera especial la prolífica bulimia musical de
Omar Rodríguez-López. Aunque uno tiene la tentación de resumir su show con la
frase de despedida que pronunció al final el propio Omar: Gracias por la
paciencia!. Hombre, pacientes tuvieron que ser los rodies, ya que durante la
primera media hora, el excéntrico e histriónico Cedric se dedicó a protestar
por todo y arremeter a patadas contra cuanto bafle se le ponía por delante. En
un momento, uno de los técnicos se encogió de hombros como diciendo, qué coño
quieres! Pues estaba claro. Atención. Con su cardado setentero y una voz que en
los tonos más agudos hacía añorar la de Robert Plant, no fue hasta que decidió
centrarse en el concierto que éste ganó enteros. En el fondo supongo que los
desvaríos musicales, progresivos y experimentales de los propios Mars Volta
quedan amplificados con su actuación escénica, con esa lucha de personalidades
entre el ido Cedric y el excelso guitarrista Omar. El mal y el bien. O el bien
y el mal, según gustos.
(Oye, y de los otros cabezas de cartel, Gun, Black Label
Society o Gallows? Venga, tío, no seas pesado!)
Suena la corriente: "Heart of gold" - Charles Bradley
Suena la corriente: "Heart of gold" - Charles Bradley
En mi opinión el peor día como te comenté en el concierto de Mars Volta, veo que te quedaste hasta el final... yo no pude, no entiendo nada en su propuesta musical la verdad. Lo de Bradley fue la pera.
ResponderEliminarSaludos.
Como siempre, es sobre gustos. Yo disfruté como un enano con los Screaming Tribesmen, son parte de mi genética desde que yo era un crío! Y sí, aguanté hasta el final de Mars Volta. Tienen un algo que me engancha.
EliminarGracias for the kind words from the Screaming Tribesmen!
ResponderEliminarThanks to you for the concert! Hope to see you again sooner than later!
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