miércoles, 7 de noviembre de 2012

Neil Young y la noche que fue


Tal vez sea la tendencia natural a amar lo oscuro, lo que corre al filo de la navaja, lo que emocionalmente nos atrapa aunque nuestras circunstancias queden muy lejos de lo descrito, de lo cantado, de lo contado. O tal vez sea que un artista es capaz de sacar lo más agónico de su ser en momentos de deriva sentimental, emocional o vital. (...)


Pero los discos que nacen en tiempos particularmente extraños, tiempos en que uno no sabe hacia dónde tirar, o al menos sabe que quiere cortar con todo lo anterior, lo bueno y lo malo, lo recordado y lo ignorado, lo amado y lo odiado, suelen ser obras mayúsculas. No hablamos de tabarra existencial compartida con todos por un creador. Hablamos de caminos angostos que han de ser transitados en solitario pero ante los que uno necesita plasmar esos pasos dubitativos en canciones. Y si ya otros apreciamos esas canciones, las compartimos y las sentimos, la comunión creada es digna de crédito.

Solemos llegar a los cantores por edad, por influencias familiares, por gustos que aún están por hacerse y asentarse. Y yo llegué a Neil Young por lo primero, en ausencia de cualquier hermano o primo mayor que pudiera dejarnos oír Harvest, como ocurría en las casas de muchos amigos. Ser el mayor de toda una generación tiene estas desventajas. El camino te lo tienes que ir marcando tú solo, ya que no hay guía establecida, aunque fuera únicamente para hacerle frente y tirar en dirección contraria. Llegué a Young con Rust never sleeps, en una época, 1979, en que los airados gruñidos del punk acompañaban esa ansia adolescente de ser malo y diferente. Llegué a Young cuando él mismo declaraba aquello de prefiero tocar con los Clash que con Croby, Stills & Nash. Provocación verbal que simplemente confirmaba un estado perenne de inconformismo. Ni siquiera sé si la frase es verídica, pero así se oía, así la creía y así se aceptaba. Un tipo que fue respetado incluso por aquéllos que trataban de derribar gran parte de lo anteriormente vivido, siquiera simbólicamente. Porque lo anterior no daba más de sí y había caído en la complacencia más absoluta. Pero Young seguía siendo esa mosca cojonera. Y por ello no se escuchaban diatribas contra él. Un tipo que luego sería abrazado como máximo tótem, sin él sentirse como tal, por otros chicos airados durante los 90.

Y Rust never sleeps tenía esas dosis de falta de complacencia que entonces se exigían. La desesperación y rugido eran punk. Sin duda. Incluso en su primera parte acústica. A partir de allí, no había más que ir hacia atrás, con la emoción que deja en el recién llegado ir descubriendo historias pasadas.

Y si es absolutamente imposible destacar cual es el mejor disco de un hombre que los tiene a puñados, sí recuerdo cuando llegué a Tonight’s the night. Aquellas canciones sí tenían la ausencia de caminos marcados que muchos sentíamos. Había las claves necesarias para entender parte de lo que se estaba cantando y gritando.
I'm not goin' back to Woodstock for a while
though I long to hear that lonesome hippie smile
I'm a million miles away from that helicopter day
No, I don't believe I'll be goin' back that way
Y hablaba de drogas, de amigos caídos, de Bruce Berry sin poder volver a cantar, de Danny Whitten bajándose al centro para pillar, de querer estar solo, de no ser una estrella, de no tener las cosas claras, de tomar prestadas melodías de los Stones por estar tirado en un sofá, de ojos y almas cansados, de haber tratado de hacerlo lo mejor posible, y no haberlo conseguido.
Y sonaba a piano y armónica, a blues y desesperación, a country y vals a ciegas, a agudos inalcanzables y riffs stonianos, a desasosiego y belleza caída.

No sé si yo entendía algo a mi edad.
Pero lo intuía.
Y me quedé allí.

Suena la corriente: "Roll another number (for the road)" - Neil Young


2 comentarios:

  1. Esta semana está siendo casi tan grande como la de Bilbao (Aste Nagusia). No se si atacarle del tirón en la playa o esperar a que esté completa para que los playeros se la paseen de una atacada.
    Enhorabuena monstruo vaya prosa

    Manolo Granpa

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    1. Se agradece, Granpa, pero más se le agradece al viejo Shakey, la culpa es toda de él!

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