Montarte en el nuevo disco de Jimbo Mathus es precisamente eso. Es acercarte al colmado de la esquina junto a James H. Mathis Jr., llenar un carrito con todo tipo de viandas y un par de ellos con las suficientes reservas de cerveza y bourbon, cargarlo todo en la trasera de la desvencijada pick-up, un par de bolsas de tabaco de mascar en los bolsillos de la cazadora, e iniciar un recorrido por el interior de los Estados Unidos. (...)
Con una máxima: no hay prisa, ninguna, el mundo está detenido a nuestro alrededor, y haremos paradas en cuanto garito encontremos para mojar las entrañas y disfrutar de esas bandas de carretera que se van dejando la vida y el cuerpo en su peregrinaje sin fin. Vamos, como nosotros.
Así que mientras enfilamos carretera adelante, entre campos de algodón y maíz, suena en la radio del coche In the garden y saboreamos el amargor de la espiga con la que jugamos entre los dientes. Primera parada para destemplar nervios con una banda que bebe directamente de la raíz de la música americana, esa que llevaron los Allman Brothers a la cúspide de cierta placidez guitarrera, y dos canciones que tienen el alma en un puño, (I wanna be your) Satellite y Tennessee Walker Mare. No es mal efecto el sol abrasador de las tres del mediodía, los surcos de sudor en la camiseta y esa sensación de irnos sin apenas haber llegado.
Y poco más de cincuenta kilómetros adelante, encontramos un strip club donde además de pole dance ofrecen a unos barbudos pasados en kilos y en mente que arremeten un White Buffalo de pura esencia southern rock, blues del duro y pegajoso, del que acompaña el vaivén del amor de pago. Ya relajados, admiramos las primeras estrellas que apuntan el atardecer al ritmo del espíritu de Nashville, discutimos sobre Hank Williams y a punto estamos de bailar Hatchie Bottoms.
Pero aplacamos ansias hasta el próximo honky tonk, donde sabemos, intuimos desde la puerta, que esas guitarras, esos pianos, harían llorar a los mismísimos Stones. Vaya si lo harían por Fake Hex. Apenas cruzado el ecuador del viaje, llegan nuestras etílicas lamentaciones existenciales al ritmo country de Poor lost souls o nos auto interrogamos en Self? dando entrada a raciones de blues-rock que nos llevarán directamente a las catacumbas del Nueva Orleans santero, a ese blues oscuro y pantanoso, a sesiones de invocación desde las que haremos correr al mismo diablo. Run Devil Run.
Y con la brisa de la mañana, nuestras caras asomando por la ventanilla de la camioneta para despejar vapores, contra el viento, como si fuéramos una bala plateada, sabremos de la futilidad de nuestros corazones, Useless heart.
Porque en compañía de su Tri-State Coalition, con la ayuda de Eric Roscoe Ambel, con su pasado a cuestas, en los Squirrel Nut Zippers, en sus aventuras con Buddy Guy o Luther Dickinson, Jimbo Mathus no hace otra cosa que proponernos el viaje al interior de una música, al interior de nosotros mismos, sin buscar nada más (y nada menos), el viaje que hoy haríamos, pero hubiéramos querido hacer hace mucho.
White Buffalo es más que un simple disco.
Particularmente me parece un discazo del copón, mejor incluso que el "Buddha". Este tipo cada vez me gusta más. Qué bien me sienta bañarme en este río, sus aguas son curativas. Un saludo.
ResponderEliminarNiko, me parecía muy difícil superar el Buddha, pero el recorrido que le estoy dando a este Búfalo va camino de ello.
EliminarUn fuerte abrazo y gracias.
Lo tengo pendiente de escucha, recomendado fervientemente por el comentarista de arriba, y ahora con este post trip del copón. Voy a por él.
ResponderEliminarSaludos
Chals, ya nos dirás, pero apuesto la pick-up llena de bourbon a que te va a entusiasmar!
EliminarEl "Buddha", como dice nikochan, era un discazo y, sin duda mi favorito. Este "White Bufalo" me ha encantado y lo tengo en el reproductor desde que salió a la venta. Me ha encantado la entrada que le has dedicado. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, caballero. Sea como fuere, el Jimbo se ha marcado dos discazos seguidos de los que hacen época.
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