Volver a juntar un grupo casi 15 años después y entrar de nuevo en el estudio es algo que en estos tiempos no nos pilla a nadie desprevenido. Es algo que se ha convertido en noticia diaria. Los resultados, evidentemente, no siempre satisfactorios. Aunque en más de una ocasión nos hemos encontrado discos que demuestran que la vuelta es más por urgencia vital que por necesidades simplemente pecuniarias. (...)
Los tres descerebrados bebedores de cerveza que debutaron como Oblivians allá por 1995 han conseguido labrarse una buena reputación con sus actuaciones posteriores. A la cabeza, Greg Cartwright, con sus incombustibles The Reigning Sound o produciendo y componiendo para el retorno de la Shangri-La Mary Weiss. Jack Oblivian Yarber con su carrera en solitario o junto a John Paul Keith, y con un magnífico último trabajo en 2011, Rat City, que en Río Rojo, sucios como somos, incluimos entre lo mejor de aquel año. Y Eric Friedl participando en diferentes grupos y compartiendo sonidos y trabajos con estrellas emergentes como lo fue Jay Reatard.
Así que la vuelta de los tres especímenes que revitalizaron el garage-punk durante la segunda mitad de los noventa, epatando a sus congéneres de Memphis, se antojaba cuando menos atractiva. Y nos ha jodido que lo es. Desperation es de nuevo ese grito sucio, bebedor, malhablado, insurgente, urgente, 14 cagarrutias que sólo en un par de casos pasan de los tres minutos pero que en estas aguas son capaces de alegrarnos un día, un mes, o ya puestos, un año. Es ese sonido de dos guitarras y batería, acompañados de imprescindibles panderetas o farfisas, lleno de aristas sangrantes, una definición exacta de ese lo-fi que muchos otros se afanan en llevar como bandera, pero en este caso sin imposturas. No olvidemos que muchos de los nuevos popes, de Black Keys a White Stripes, han bebido tragos de Oblivians y paseado la botella por podios que bien pudieran haber ocupado éstos.
Pero alternando composición y voces entre los tres, ya desde la inicial crudeza de I’ll be gone uno sabe que esto es mierda de la buena. De la que bordea el garage ortodoxo en Em, en la versión abrasadora de un éxito zydeco de Stephanie McDee, Call the police, en Come a little closer o en Back street hangout. De la que bebe de las fuentes de Detroit en el boogie’n’roll sangrante de Lovin cup, en el lamento hipnótico y oscuro de Oblivion, en Desperation o en ese brutal y cacofónico Mama guitar que cierra el disco. De la que nace de la rabia punk en el speed hecho canción de Run for cover, en Woke up in a police car o un Fire detector que hubieran firmado los Undertones. Y de la que baila con esas gotas imprescindibles de pop-glam luminoso en la telaraña rocker de Pinball king o en esa absoluta delicia pop de Little war child, puro chicle, puro pop, puro garage, puro lo-fi, puro caramelo sin desenvolver, pura vida. Y todas estas almas, empapuzadas de soul, de blues, de rock’n’roll.
Decíamos el otro día que el nuevo disco de Mikal Cronin adoptaría el papel que el verano pasado interpretaron Redd Kross en nuestros sudores.
Ya tiene acompañante, sin duda.
*Apoya la música. Compra el disco en In The Red o en tu tienda habitualSuena la corriente: "Little war child" - Oblivians
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