*Fotos: MusicSnapper & Tom Hagen
En más de un momento uno se pregunta dónde está y qué está haciendo aquí. Hay demasiada distancia respecto a aquellos eventos en los que nos sentimos a gusto. Pero viendo las cifras oficiales, somos conscientes de que estamos entre 35.000 personas viviendo la primera jornada del Bilbao BBK Live. (...)
Ya, preguntarse cuántas de esas 35.000 personas han ido a ver conciertos, presentar sus respetos a sus grandes clásicos o descubrir bandas nuevas, es otro cantar.
En más de un momento uno se pregunta dónde está y qué está haciendo aquí. Hay demasiada distancia respecto a aquellos eventos en los que nos sentimos a gusto. Pero viendo las cifras oficiales, somos conscientes de que estamos entre 35.000 personas viviendo la primera jornada del Bilbao BBK Live. (...)
Ya, preguntarse cuántas de esas 35.000 personas han ido a ver conciertos, presentar sus respetos a sus grandes clásicos o descubrir bandas nuevas, es otro cantar.
Pero es lo que hay. La organización nada tiene que ver, hace sus deberes y conforma un cartel adscrito más o menos a unos postulados estilísticos. Y el mundo que rodea el evento, con las instituciones al frente, hace el resto. Vendemos la marca país como fiesta, juerga y diversión. Sanfermines y BBK Live en un paquete. Un país abotargado, corrupto y obsecuente vende lo que tiene. Luego protestarán.
Pero como siempre llevamos la contraria, vamos a la música, que presumiblemente es lo que importa. Abrieron la jornada los inglesitos Toy. Como buenos jóvenes londinenses que persiguen la esencia de Bowie en la lejanía, juegan con la androginia, mantienen la distancia con el público y se dedican a recrear muros de intensidad. Sin atisbo de los elementos krautrock que se han empeñado en endilgarles, planean entre la distorsión psicodélica con más de un guiño a Jesus & Mary Chain y sobre todo My Bloody Valentine, siendo más sorprendentes ciertos apuntes a The Cars en sus tonadas más pop.
Pero aunque algo previsibles, siempre serán mucho más intensos, excitantes y lujuriosos que Alt-J. Con un único disco en el mercado, An awesome wave, se han comido parte del pastel indie, y no entendemos muy bien por qué. Ese pop etéreo inglés, con mucho tecladito, coritos y voz entre triste y rota de dolor, no nos dice nada. Con una batería sin ningún tipo de platillos, se mecen en el muzak como sonido de fondo.
Lo de Edward Sharpe & The Magnetic Zeros es harina de otro costal. Las hordas de jovencitos que tomaron el escenario corearon a voz en grito el Home utilizado en un anuncio de esos que nos vende un coche como si en ello fuera el sentido de la vida. Nada que objetar en un festival con nombre de banco, pero es que hay que reconocer que estos 11 tipos y tipas (sí, 11, dos voces, dos guitarras, dos baterías, percusión, bajo, órgano, piano, acordeón) tienen la varita de la frescura. Con una imagen entre el buenrollismo y los amish, su música es un canto alegre, de estribillos algo facilones y efectistas, pero no exentos de ese toque mágico de la melodía pop bien construida. Mucho más cercanos a los ambientes californianos del Laurel Canyon y las bandas sonoras de películas de los 50 y 60 que al indie-folk en el que los venden, son capaces de pasear entre el swing, el country, el soul, y todo con una sonrisa en la boca y provocando esa misma felicidad en los que les escuchan. Por el gentío que congregaron hubieran merecido mucho más que el escenario más pequeño, y hay que otorgarles el mérito de haber sido el show más fresco, divertido, colorista y atractivo de toda la jornada.
Con un poquito de Editors nos bastó para certificar el daño que a la larga han hecho U2 al pop de las islas, haciéndole creer que en la épica de estadio puede haber alguna sustancia. Así que nos dirigimos a un nuevo encuentro, después de las dos extraordinarias jornadas que nos regaló el año pasado en el Azkena Rock Festival, con The Original Screamin’ Eagle of Soul, Mr. Charles Bradley & His Extraordinaires. Y siempre será una gozada descubrir de nuevo su vozarrón roto e hiriente pero, esta vez sí, sentido, real y creíble. Sus manierismos en escena, ya sea llevando el micrófono como una pesada cruz, haciendo su danza robótica interactuando con el theremin o en sus bailes homenaje a James Brown, para nada entorpecen el sonido de una música que, como indica su nombre, nace del alma. Presentando su nuevo disco Victim of love, canciones como You put the flame on it encienden la llama, siempre acompañado por una gran banda. Tal vez si acaso un punto por debajo del año pasado, pero si por Bradley hubiera sido, hubiera seguido más tiempo en el escenario, al ser avisado por uno de sus compañeros de que el show estaba acabado.
Y luego llegó el turno a los cabezas de cartel, Depeche Mode. Uno, que trata de saber de música y lo único que entiende es que apenas sabe nada, dada la inabarcable extensión de género tras género, debe reconocer que aparte de las melodías juguetonamente pop que crearon en los 80, nada ha seguido la carrera de los de Essex. Pero, y que no se me excite la chavalería que navega en la barcaza del Río, tengo que reconocer que lograron, propósito de antemano casi imposible, que aguantara las dos horas de su concierto a pie de escenario, yo, que soy tan dado al mullido césped. La batería otorga un plus orgánico a la voz y andanzas escénicas de Dave Gahan, y ni durante los momentáneos problemas de sonido en la interpretación de Precious bajaron el pistón del martillo. Un show visual más que atractivo, jugando con las pantallas de vídeo como un elemento más, sin arrinconarlas a su papel de mero soporte para acercar la imagen al público, conseguía mantener la atención. Y sonaron Just can’t get enough, A paint that I’m used to, Enjoy the silence, y se pusieron acústicos al piano, y yo me sorprendía sin abandonarme a mis elucubraciones.
No creo que sea grave. Habrá sido el día. Día que por lo que a nosotros respecta cerraron la otra gran nueva sensación del panorama indie, Two Door Cinema Club. A ver, una aceptable banda pop británica estos norirlandeses. Pero simplemente ese enunciado tan glorioso, banda pop británica, exigiría de ellos algo infinitamente más sustancioso que lo que parecen capaces de ofrecer.
No me sorprende lo de Depeche Mode. El directo no ha sido nunca su fuerte, aunque no les falte talento. En cuanto a lo de saber o no saber, no nos importa... gracias a blogs como éste, seguiremos disfrutando, y aprendiendo. Un abrazo, Josetxo.
ResponderEliminarPues te lo agradezco mucho, proctor, todo ayuda...
EliminarUn saludo