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lunes, 15 de julio de 2013

Crónica del Bilbao BBK Live 2013: Día 3
La noche de la chavalería


*Fotos: MusicSnapper & Tom Hagen

Morrocotudo comienzo rockista el de la tercera jornada del Bilbao BBK Live. Tanto, que hasta bien entrada la noche pudimos llegar a pensar que estábamos en las campas del Azkena. Pero no, las escenas que pudimos ver poco antes de abrir las puertas a eso de las seis de la tarde nos hacían topar con la realidad. (...)


La de cientos de chavales que entraron en el recinto a empujones y carreras desquiciadas para ocupar un espacio en primerísima fila, donde casi seis horas después iban a actuar Green Day.

Allí se asentaron, y allí se quedaron durante seis horas, independientemente de quién tuvieran delante sobre el escenario o quién tocara en los tablados alternativos. Curioso el fenómeno éste del trío californiano.

Así que a cierta distancia de la chavalería, pudimos ver al inglés criado en Chicago Jamie N Commons. Y habiendo crecido en una de las cunas del blues urbano, éste tiene que correr por sus venas. De la misma manera que por su garganta corre el sonido vocal que en ocasiones pudiera hacerle parecer un clon. De Mark Lanegan en una estirada y gutural Lead me home o de Bruce Springsteen cuando canta soul tirando a meloso en Have a little faith. Sus trazos de rock pantanoso tienen cierto sabor, aunque deriva a espacios previsibles cuando enfrenta medios tiempos o baladas. Aún y todo resultó un aperitivo adecuado que incluso fue coreado por los green boys.

Pero dicha entrada fue compensada directamente con lo que a la postre se convirtió en uno de los platos fuertes, contundentes, grasos del menú del día. Los tejanos White Denim demostraron que se puede ejecutar rock contundente sin melenas (ninguno de los cuatro) ni barbas (salvo el vello facial del batería). Estéticamente no parecieran encajar en su propia propuesta, pero musicalmente no ponen peros a lanzarse de cabeza a un soul funk para abrir boca, y pasear a continuación por senderos casi progresivos sustituyendo los ausentes teclados por desarrollos guitarrísticos certeros. Desbarran entre psicodelia setentera o garage sucio y lo hacen entre toques ruidistas paridos de manera natural, alejados de toda pose forzada. Y confirmaron lo que ya intuíamos, que son una gran banda potente y sincera.

Y a los sones de la obertura de Así habló Zaratustra se anunciaba la salida a escena de The Hives y se cerraban las apuestas sobre qué modelito uniformado lucirían para la ocasión. Ataviados de mariachi negro y plata y con sus habituales técnicos de sonido al estilo ninja, Pelle Almqvist y compañía demostraron en sus primeros quince minutos que lo suyo es el circo del rock, pero alejado de la payasada, a base de canciones contundentes, de fuerza bruta, de testosterona sobre las tablas. No cabía duda que se erigirían en uno de los conciertos más celebrado por la feligresía festivalera, tal y como así cuentan las crónicas.

Pero, pero, pero,…, nosotros sólo les disfrutamos esos primeros quince minutos. Sabedores de su impacto y habiéndoles visto en directo en varias ocasiones, optamos por platos marginales. Amantes de la casquería, nos gustan los callos, pero deseábamos una buena ración de los más gruesos chinchulines (intestinos) a la parrilla. Y en eso coincidimos con apenas dos o tres centenares, lo que es una nadería con las cifras de asistentes que se han manejado estos días. Y generacionalmente, The Bots se encontrarían a gusto entre la chavalería del festival. Los hermanitos de color Mikaiah (voz, guitarra, samplers) y Anaiah (batería) Lei apenas tienen cumplida la mayoría de edad el primero y aún menor el segundo, pero con dos singles y un lp llevan el lo-fi hasta sus consecuencias más extremas. Sin importarles poder sonar descompasados, mezclan el garage más sucio, el blues más marginal, el punk más iniciático con una descacharrante locura juvenil, utilizando en momentos una guitarra acústica para ser machacada como si fuera una eléctrica distorsionada, mezclando su sonido vicioso con samplers recordando a unos Suicide en pleno subidón de anfetaminas, consiguiendo los primeros pogos como si sus adorados Dead Kennedys aún estuvieran aprendiendo a usar sus instrumentos. Son sucios, son desquiciados, son inconscientes, pero nos recuerdan que, aunque ya somos viejos, aún disfrutamos con el vicio malsano.

Mal asunto enfrentarnos tras una descarga así con los versos irónicamente reflexivos del Sr. Chinarro, pero peor fue hacerlo después con la vacuidad de Vampire Weekend. Su cruce del Graceland de Paul Simon con cierta épica rock parece que definitivamente no tiene mayor recorrido. Si A-punk o Cape Cod Kwassa Kwassa pudieron sorprender en su momento, los gorgoritos de White sky en directo resultaban irritantes. Parecían defender su trabajo faltos de garra, garra que posiblemente está ausente en ellos mismos. Albergábamos temores, que quedaron confirmados, por más que en algunas canciones puramente pop subieran algún peldaño.

Así que la salida a escena de Green Day pilló a la festivalada coreando a voz en grito el Bohemian Rhapsody de Queen que habían puesto por megafonía, tratando de olvidar el sopor y demostrando que lo que había era ganas de jarana. Y pasar de Queen al Hey ho let’s go del Blitzkrieg Bop de los Ramones mientras una mascota de conejito saludaba al respetable presentando a Green Day, para a continuación enlazarlo con Morricone, proporcionó un momento de absoluto surrealismo. Y ahí que sale Billie Joe Armstrong y compinches, con banda reforzada (nada de tríos en un estadio, parece decir el manual de las grandes concentraciones de masas) y descargan un 99 Revolutions que no suena nada mal. Y la primera hora hay que reconocer que es efectiva. El pop-punk que de principio sustentó su carrera sigue presente, para qué negarlo, aunque en menores dosis. Green Day han asumido su papel de grandes masas y han decidido que ante ellas, y para mantener un concierto de dos horas y media, es necesario derivar hacia terrenos que en ocasiones les llevan al AOR. Cierto que Armstrong despliega una energía arrolladora, pero suenan mejor cuando se lanzan a piñón fijo, cuando el punk con sus dosis de pop campa a sus anchas, como en Going to Pasalacqua, Welcome to Paradise o la coreadísima Basket case, que cuando se dedica a enchufar con mangueras a la gente, disparar rollos de papel higiénico o lanzar con una especie de bazooka camisetas de la banda. Pero son esas concesiones las que les han llevado hasta donde están. Siguen teniendo la garra y fuerza de su principio, pero bajo capas de efectismo, por eso no es de extrañar que sin hacer ninguna versión completa, suene por ahí parte del Highway to hell, jueguen con la sintonía de Benny Hill al saxo, o mezclen en un medley desde el Shout al Satisfaction pasando por el Bright side of life de Monty Python. Y a pesar de todo, la gente quedó más que contenta y nosotros volvimos a aguantar todo el concierto sin tirarnos al monte.

Y que conste que fue la última vez que lo hicimos (el aguantar) en el Festival. Cometimos el error de acercarnos a Fatboy Slim (por aquello de los Housemartins y tal) y salimos despavoridos en apenas 30 segundos de chunda chunda electrónico, consiguiendo uno de nuestros récord personales. Y nos refugiamos, sólo un ratito, con los locales We Are Standard, admitiendo que su pop bailable madchesteriano no hace nuestras delicias, pero también que han crecido una enormidad como banda, que suenan potentes en lo suyo y que su inclusión de la txalaparta como percusión resulta curiosa.
*Nota: nuestra ausencia durante la segunda jornada el viernes tuvo un carácter estrictamente emocional: necesitábamos compartir en el Trapi nuestro adiós a Javi. Así que afirmamos que la tormenta no tuvo ningún efecto disuasorio. Ustedes sepan disculpar...

2 comentarios:

  1. Me alegro de que gustasen WHITE DENIM y espero que el sonido fuese mejor que en el Primavera Sound del 2012: Los graves me parecieron horripilantemente ecualizados, con lo devoto que soy de una sección rítmica bien engrasada.

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    1. Pues en esta ocasión tuvieron un sonido más que decente y el concierto estuvo estupendo...
      Un saludo

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