Más que cierto que la música tiene sus momentos, sus lugares, sus días y sus noches. Más que cierto que cada canción abre las compuertas que ella misma busca, y que aunque parecieran encontrarse en lugar diferente al que les corresponde, las buenas canciones se abren paso ellas solas, porque lo valen. Así, da igual el lugar, la hora, la semana en cuestión. Josh Rouse decide susurrar en unos días de excesiva locura colectiva, en muchos casos totalmente impostada, y se agradece. (...)
Era su sitio, era su lugar? Qué más da. Estaba allí. Lo hubiéramos preferido de otra manera, más íntima, más recogida, porque así es su música, pero aceptaremos cómo llegó. En formato trío, con corta presencia acústica en solitario, y con la felicidad de la simplicidad dibujada en la cara.
Ya sé que tendemos a deshilachar todo aquello que nace de la candidez del placer. Preferimos los abismos. Por eso nos empeñamos en remarcar la grandeza de dos discos como 1972 (2003) y Nashville (2005) aunque no estén cerca de ningún precipicio y desconsideramos parte de su producción reciente, desde que encontró el amor en la costa levantina. Pero aquellos dos vigorosos discos serán difíciles de superar, y tampoco sus últimos trabajos son tan prescindibles. Sí, retoma el pulso en The happiness waltz (2013), aunque no alcanza aquella cota. Pero su sentido de la placidez, del susurro musicado se saborea en Julie (come out the rain), demuestra que su etapa turista tiene joyas como Lemon tree y alcanza su esplendor cuando recupera gemas como It’s the night time o Love vibration. Y encima, con esa caricia de bossa nova que los yanquis atribuyen a todo lo que suene a Mediterráneo. Y no nos importa lo más mínimo. Es parte de la esencia pop de Rouse.
Antes, habían pisado el escenario del Antzokia The Fakeband. Convertidos, sin lugar a dudas, en la banda que más veces hemos visto en directo en mucho tiempo. Y cada vez que lo hacemos una vez más, sabemos que seguiremos repitiendo mientras ellos quieran. Están en un momento más que dulce, su capacidad técnica les permite repetir bolazo uno tras otro, y la capacidad emocional corretea entre cada uno de sus versos. Pero a casi un mes de la publicación de su nuevo disco, es un placer tratar de fisgonear en las canciones que van adelantando. Y más placer descubrir algo que, si bien ya estaba presente en ellos, ahora es potenciado. Un escoramiento hacia un power-pop que les sienta como anillo al dedo. Si Top of the world tiene el nervio de Rockpile, descubrir sudores de Brinsley Schwarz nos hace disfrutarles aún más. Tal y como están las cosas, a veces puedes llegar a pensar que no tienen límite. Lo único que queda esperar es que no sólo pensemos así unos pocos.
Y un día antes, el miércoles noche, y esta vez en el Ambigú, pudimos por fin (en nuestro caso) ver en directo a Yellow Big Machine, uno de los grupos de Bilbao de los que más se habla últimamente. Hace cuatro años publicaron I’m searching for friends y desde alguno de los títulos dejaban claras varias cosas. Que una canción se llame The high The low: Fugazi!!! reafirma su dieta. De Fugazi a Pixies, de Nirvana a unos omnipresentes en su sonido Pavement, y, a pesar de haber leído en alguna ocasión cómo esto se les echaba en cara, a nosotros no deja de producirnos placer. Si alabamos cuando alguien se acerca a The Band, alabaremos cuando alguien se acerca a Pavement, y lo hace a su manera. Con su propia fuerza, energía y dislocación emocional. Con su personalidad. Presentando su nuevo EP, UPI-APA, cuatro tipos que aparentan más juventud de la que tienen (teniéndola, por supuesto), pero entre los que destaca en directo Roberto y su batería, un aporreador empeñado en agredir a su instrumento con excelente saña rítmica para sacar de él la fuerza necesaria. Tanto, que por un momento uno piensa si algún gen extraviado de Keith Moon no haya ido a parar a su ADN. Tremendo.Suena la corriente: "Love Vibration" - Josh Rouse
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