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Al final, entre minutos y horas, dicen que quedan los días, pero éstos se escapan huyendo entre meses y años. Uno se hace viejo, y no sabe cómo. Pero sí por qué. Esta efímera explosión biológica nace ya con fecha de caducidad, nace enferma, nace destinada a llegar al fin. A veces tarda, a veces se adelanta, a veces cuanto antes mejor. (...)
Y mientras, pasas días febriles, en los que la percepción de la realidad es extraña, donde lo onírico sustituye a lo material, donde las alucinaciones te acercan al viaje en ácido, o sin él, pero viaje extrasensorial. Todo el cuerpo se convierte en un ponzoñoso músculo sensible, donde la caricia, antes deliciosa, adquiere ahora proporciones de violación física. La puta fiebre, o la gloriosa fiebre. La puta lucha contra elementos externos que produce una embriagante sensación de no corporeidad.
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Pero el objetivo está claro. Dejas escribir a la fiebre y no te ata si a alguien puede interesar. Como si lo otro, las aguas que entiendes serias, lo hicieran. Cuando a veces sabes que no interesa ni a ti mismo.
Quedan los discos de siempre, los eternos. Y a veces ni éstos. La percepción te engaña y donde antes escuchabas acordes mágicos, ahora ves vacua superficialidad. Vamos, no me jodas, tú también. Es el estado, nada más, te tranquilizas. Pero prende la duda, y si estamos todos equivocados, si no vale para nada? Si todo es fútil, apagas el tocadiscos que no tienes, guardas el vinilo que murió, y te tumbas a la bartola.
Dejando que escriba la fiebre.
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