Al final, entre minutos y horas, dicen que quedan los días, pero éstos se escapan huyendo entre meses y años. Uno se hace viejo, y no sabe cómo. Pero sí por qué. Esta efímera explosión biológica nace ya con fecha de caducidad, nace enferma, nace destinada a llegar al fin. A veces tarda, a veces se adelanta, a veces cuanto antes mejor. (...)
Y mientras, pasas días febriles, en los que la percepción de la realidad es extraña, donde lo onírico sustituye a lo material, donde las alucinaciones te acercan al viaje en ácido, o sin él, pero viaje extrasensorial. Todo el cuerpo se convierte en un ponzoñoso músculo sensible, donde la caricia, antes deliciosa, adquiere ahora proporciones de violación física. La puta fiebre, o la gloriosa fiebre. La puta lucha contra elementos externos que produce una embriagante sensación de no corporeidad.
Y divagas, y piensas cuál es el sentido, el objetivo, la razón, el punto kilométrico en el que te encuentras, sin saber si vas o estás de vuelta, si el Río es una jodienda o un pasatiempo, una vida o una ilusión de vida. Vamos, un galimatías de indisposiciones, en el que la nostalgia comienza a plantar su tienda y a campar a sus anchas. Inicias la añoranza de otras aguas, o de estas mismas aguas, cuando eran distintas, cuando eran un simple vehículo. Ahora también lo son, pero con dirección buscada. Buscada? Seguro? Y añoras hasta aquel quieroynopuedismo que se convirtió en marca de lo que ni siquiera era.
Y te dices que por qué no, por qué no vas a surcar lo que te dé la gana. Tuya es la barcaza. En épocas incrédulas, en las que apenas crees en nada ni en nadie. Apenas unos cuantos nombres, unas pequeñas cosas, y claro, Ella, que si no lo fuera, o no creyeras, desmoronaría todo el entablado. Pero cómo alguien puede creer en lo que le rodea, en los que le rodean. Ja, definición exacta del momento la que han hecho unos palurdos grotescos pero con un sinsentido apreciable. Iros todos a tomar por culo. Todos o casi todos. Debería presidir estas líneas, pero no lo hará, porque quedaría unida a ellas, y uno, en su displicente diferencia, no lo quiere.
Pero el objetivo está claro. Dejas escribir a la fiebre y no te ata si a alguien puede interesar. Como si lo otro, las aguas que entiendes serias, lo hicieran. Cuando a veces sabes que no interesa ni a ti mismo.
Quedan los discos de siempre, los eternos. Y a veces ni éstos. La percepción te engaña y donde antes escuchabas acordes mágicos, ahora ves vacua superficialidad. Vamos, no me jodas, tú también. Es el estado, nada más, te tranquilizas. Pero prende la duda, y si estamos todos equivocados, si no vale para nada? Si todo es fútil, apagas el tocadiscos que no tienes, guardas el vinilo que murió, y te tumbas a la bartola.
Dejando que escriba la fiebre.
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