Uno mantiene una tensa relación con los discos expiatorios, aquéllos en los que el artista barrunta sus demonios interiores, que en la mayoría de las ocasiones tienen que ver con las relaciones sentimentales, las autodestrucciones personales, la bidireccional coexistencia del bien y el mal. Vamos, la base lírica de gran parte de la música popular nacida en el siglo pasado. (...)
Sí, contenidos habituales, pero que en algunos casos acuden a la primera plana de un trabajo marcando una veladura que lo envuelve todo. No dudamos que algunas de las magnas obras del rock y músicas aledañas han nacido de ese vómito introspectivo, pero también se han parido ladrillos de mucho cuidado tratando de preservarlos con la única excusa de la emoción a puerta de confesionario. Que el cuarto trabajo de Jason Isbell, ya casi olvidados sus tiempos con Drive-By Truckers, se presentara como la regurgitación de un pasado envuelto en un acentuado alcoholismo no nos predisponía precisamente a su escucha, en unos tiempos en que las desviaciones morales campan a nuestro alrededor, incluso en nuestro interior. Ahora, Isbell está rehabilitado, recientemente casado con la violinista Amanda Shires y dispuesto a purgar remordimientos y culpas.
Así que, tarde, pero presionados por las alabanzas lanzadas por gente de merecido crédito, decidimos hacer unas primeras escuchas alejados de los contenidos líricos de este Southeastern. Que fuera únicamente la música la que cumpliera su nuclear objetivo: emocionar. Primer y enorme acierto. Porque aquí lo que hay es sentimiento en estado puro más allá del contenido de lo cantado. No hablamos de rupturas estilísticas, de moderna y vacua innovación, sino de un paseo por argumentos musicales que son la sustancia del mejor country-rock, emociones como muchas veces han transmitido faros como Townes Van Zandt y no tantos otros. Melodías de las capaces de aplacar un corazón, subyugar un alma e impulsar el placer de compartir. Esencias de un profundo sur americano a golpe de guitarra acústica y tradición. Y es aquí donde Cover me up y su majestuosa delicadeza, el gozo melódico de Traveling alone, la flecha emocional de Different days, la desarmante desnudez de Live Oak, el vals del amanecer de Songs that she sang in the shower, o esa simple obra perfecta que es Elephant, barren los muros armados a golpe de prejuicio por este oyente. Sí, la música no inventa, pero transmite. Y sabe ser eléctricamente enérgica cuando quiere, como en Super 8 o Flying over water.
Y entrando, en un segundo y crucial paso, en el contenido lírico, el prejuicioso sabe que no atinó con sus iniciales resquemores. Pareciera que Isbell, en lugar de regodearse en sus abismos, celebra de manera sencilla su actual paseo por senderos menos abruptos. Y lo que cuenta son historias de bar, de enfermedad, de dolor, sí, de expiación, pero con el objetivo del que lo ve desde otra perspectiva, abordando en terceras personas sentimientos que él mismo habrá sufrido. Lo que cuenta son las historias que han alimentado la tradición del country, el lamento del blues.
Y este oyente sabe que ha llegado tarde, y que Jason Isbell le ha dado una lección. Una lección plena de vida.
Suena la corriente: "Elephant" - Jason Isbell
Suena la corriente: "Elephant" - Jason Isbell
De mis discos de cabecera en el último tercio de este año. Y tampoco me lo esperaba.
ResponderEliminarSaludos
Ya digo, me costó lanzarme a él, pero luego entra de maravilla.
EliminarAbrazos