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Horas después de la muerte de Lou Reed, mientras escuchaba Satellite of love, era consciente que sonaba distinto, como nunca lo había hecho antes. Esa sensación de que la canción estaba cerrada, que ya su creador no volvería a darle una continuidad, a darle una vida distinta. Poco más o menos, Ignacio Juliá contaba así la sensación que todos hemos sentido alguna vez ante la marcha definitiva de alguno de esos autores que nos han dado canciones que forman parte de lo que somos. (...)
Lo hacía durante la presentación de su libro Estragos de una juventud sónica, el pasado viernes por la tarde, en la Librería Cámara de Bilbao, acompañado de Eduardo Ranedo e impregnados ambos de ese inolvidable olor a libros. Sí, las canciones de Lou Reed, tal como las concibió en su momento, tal como las desarrolló a lo largo de su vida, están
cerradas. Pero música tan libérrima como la del neoyorquino queda ahora en manos de todos los que acudimos a ella desde diferentes ópticas, desde la posición del oyente, desde la del ejecutante, desde la del transformista, pero siempre estableciendo la doble dirección de dar y recibir. Continuamos recibiendo de ella la emoción de aquel primer momento, aumentada por la evocación del que ya no está, y es ahora cuando nosotros mismos vamos alimentándola.
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Esa es en definitiva la esencia misma de un ciclo como Izar & Star. Una iniciativa que ha conseguido convertirse en piedra angular del movimiento musical del País Vasco. Unos músicos dando nueva vida a las canciones que les llevaron a ser lo que son. Por ello, tampoco es tan extraño que la sala estuviera llena, que hubiera gente que quedara en la calle sin posibilidad de conseguir una entrada, que por allí se citaran músicos, escribas, oyentes, asiduos la mayoría a la
irrefrenable magia del rock en directo, una magia que, en el caso concreto de la Perfect Night anunciada, había empezado a sentirse desde muchos días antes. Una magia sobre la que nunca tienes la seguridad de su presencia, pero que hay que trabajarla y mimarla. Y es ese trabajo y mimo de todos los que consiguieron que la empresa llegara a su mejor término el que agradecemos los oyentes.
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Porque esa aura mágica es la que hizo que no pocos sintiéramos la socarronería del viejo Reed paseando entre la sala, al viejo cabrón compartiendo tragos de más, rasgando notas entre los músicos que revivían sus propias canciones, apoyado en la pared con una irónica mueca en la boca mientras disfrutábamos de la fiesta y pinchada posterior, mientras Juliá nos regalaba la primera grabación conocida de un Heroin pre-Velvet, mientras Ranedo e Iñaki Orbezua llegaban a la esencia misma de la música de una ciudad, Nueva York, que el viernes transmutó el Hudson por el Nervión.
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
Antes de cerrar la fiesta, con invitados, como no podía ser de otra manera, Esperando a nuestro hombre.
Que ahí estaba, apoyado en la columna.
Yo no estuve pero lo estaba viendo ahora mismo sintiendome parte de la noche mientras leía esta estupenda crónica. Gracias Mr Redri por acercarnos tan cerca a ello. Abrazote
ResponderEliminarManolo Granpa
No sabes bien cómo lo hubieras disfrutado, querido Granpa...
EliminarCuídese, señor