Pues siempre lo hemos dicho. A nosotros las cosas nos gustan así. Ahora que la mayoría de festivales se han convertido en pantagruélicos desfiles de nombres con poca o ninguna coherencia entre ellos, en los que un gran número de asistentes acuden por el mero hecho de poder coleccionar presencia y otros intereses en gran medida ajenos a la música, es en los eventos temáticos donde reside la clave, la esencia del poder cohesionador del rock’n’roll. De éstos hay varios a lo largo y ancho de esta maltrecha península y es la lealtad de un público que los intuye como ocasión propicia para ver a bandas de difícil acceso la que les da vida. (...)
Esa lealtad, ese público y, por encima de todo, la pasión, lucidez y un alto grado de locura y desquiciamiento ante el mismo riesgo de los lunáticos organizadores. Como Koko y su gente, que con la simple máxima de pasárnoslo bien trayendo a bandas escondidas que de vez en cuando descubrimos por casualidad, bandas atronadoras, explosivas y salvajes, se han montado una primera edición de Fuzz in the City que ha resultado divertida, excitante y musicalmente brutal. Algún día casi todos los festivales fueron así, y perdieron por el camino de su agigantamiento su propio carácter. Así que volver a las catacumbas de un garito encantador como el Hika Ateneo, un sonido con la máxima del fuzz, el rock’n’roll y el garage como eje, y tener encima los santos cojones de programar actividades paralelas durante el día en diferentes locales de la ciudad, es algo a lo que debemos estar agradecidos. Y es que además fue un éxito musical, enérgico, explosivo, etílico, socarrón, cavernoso y hasta estrafalario en su propia singularidad.
El viernes inicia sesión Don Rogelio J en su formato one-man-band bajo el alias Tumba Swing. Un personaje del underground valenciano que, además de compartir labores musicales con Aullido Atómico, es artista gráfico, como se podía contemplar en la exposición paralela de cartelería de conciertos, y en el fondo, una especie de trasunto castizo de Brian Setzer con dotes para la comunicación divertida e ingeniosa. Pero además, entre chanzas sobre su forma soñada de morir o los insomnios nocturnos sufridos ya seamos buenos o malos, desliza rockabilly ruidoso y lleno de óxido, blues y rock primitivo y un gusto exquisito por las esencias más grasientas de esta enfermedad.
Los donostiarras Niña Coyote eta Chico Tornado, esto es, Koldo Soret y Ursula Strong, llevan ya un buen currículo de bandas a sus espaldas, y en este proyecto a dúo están consiguiendo que se hable de ellos más que bien. Suenan duros, hard cuando tienen que serlo, ruidistas por momentos, bordeando el garage punk en otras ocasiones, con parada en un Foxey Lady que resume sus urgencias. Pero ambos conforman una dupla que despliega un inquietante componente casi sexual, con batalla de miradas y gestos entre ellos y un golpeo de batería bestial, cual metrónomo de ritmo contundente y continuado.
Lo de los valencianos Aullido Atómico es casi una provocación hedonista, lúdica y vital a ritmo de rock’n’roll. Si Don Rogelio J da rienda suelta a sus neurosis como Tumba Swing, su compañero argentino y con psicótica alma peruana, ex de Los Peyotes, Rolando Bruno al bajo, hace lo propio como Rolando Bruno y Su Orquesta MIDI. Pero juntos y acompañados por el batería Quique Medianoche convierten el escenario en un puro guateque histérico, a golpe de garage-surf, rock’n’roll de esencia ye-yé, swing y baile, uniendo canción tras canción, con letras que son una pura golosina de realismo surrealista (sic). Se marcan así un explosivo bolo de esos que recomendarías a ciegas a cualquier pipiolo que anda empezando a sentir los picores del virus. Más que nada para que sepa que una vez enfermo no habrá salvación, pero está asegurada la juerga.
Y los gaditanos Little Cobras, originarios de esa inopinada meca musical en que se ha convertido El Puerto de Santa María, cerraron la primera noche con una contundente sesión de rock basado en dos guitarras y batería que lo mismo puede tener referencias al punk de Detroit que al nacido en los 90, al blues de corte garagero que al power-pop de los Barracudas más soleados, canciones cortas y directas como ese sopapo gozoso de Shake, shout & roll, tres palabras que definen mejor que cualquier otra la suciedad de sus vaqueros.
La sesión del sábado comenzó con una nueva propuesta de one-man-band, esta vez a cargo del italiano Tony La Muerte, un insobornable personaje que, como él mismo explica sobre el escenario, tiene visiones húmedas en las que el blues del Mississippi recibe la letal influencia de una banda de hardcore-punk para parir cacofonías capaces de arrastrarte a desiertos y cuevas inexploradas. Con la prestancia de los italianos para el show, lo mismo puede saludarte con un I wanna destroy, cabrones y lanzarse a un rock saturado que pasearse por los blues chirriantes del más oscuro y chillón Nick Cave.
The Limboos (con miembros de The Allnight Workers y The Phantom Keys) traen desde Madrid una clase y elegancia que tiran de espaldas, engalanadas en todos aquellos sonidos que con origen en el rock’n’roll y el rhythm & blues de los 50 no tienen el más mínimo empacho en pasear por entre el mambo a ritmo funk mientras las maracas marcan la contorsión. Canciones como Space Mambo o Early in the morning son pura invitación a la fiesta, su batería Daniela resulta espectacular cuando golpea los tambores a ritmo de calypso, y el garage-soul de su single Not a soul around convive con ska primitivo y todo aquel sonido que lleva la negritud en las venas.
Bilbao estaba perfectamente representado por Screamin’ George & The Hustlers si de lo que hablamos es de explosión y salvajismo. Poco vamos a descubrir de ellos en este Río, donde son más que recurrentes por amistad, energía y, al menos en cuanto a estos papeles, hermandad. Pero se les vio (y se les bailó) directos, arrebatadores, disfrutando sobre el escenario como hacía tiempo, con un desaforado George que reptaba cada dos por tres por el suelo de la sala mientras la banda sonaba contundente y compacta. Y como de fiesta a golpe de rock’n’roll y cacofonía se trataba, se marcaron una soberbia Bikini girls with machine guns crampiana que puso los pelos de punta mientras invocaba el espíritu del mismísimo Lux Interior.
Y como fin de la algarabía montada el fin de semana, y ya con los hígados reticentes a seguir trabajando, los toledanos Las Aspiradoras absorbieron los efluvios que pudieran quedar por el suelo al ritmo de un soberbio set de sixties garage punk, revolcado entre farfisa y fuzz. Canciones como No puedo parar o Mi adicción son un absoluto pildorazo de energía, Tóxico tira de canallesca callejera y son capaces de conseguir algo tan inasible como la demencia generalizada, el baile sincopado y la sensación de asistir a una auténtica jarana de rock’n’roll capaz de aspirar tus neuronas.
Sí, un día los festivales fueron así. Y hoy siguen existiendo. Búscalos y no te arrepentirás.
Aunque acabes medio vivo.
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