
El ojo avizor que controla las pulsiones más descocadas de este Río no podía dejar escapar esta portada. Evidentemente, Scott H. Biram, para cualquier adepto a las maldades y bondades que la música tradicional americana ofrece, acentuadas si ésta es pasada por la túrmix del punk y el metal, no deja indiferente. Pero más en este caso, esa portada era un caramelo que no íbamos a dejar de saborear. (...)
Las razones del Río Rojo son varias y no vamos a entrar en ellas ahora. Pero esa imagen de Biram emergiendo de entre un río rojo, rojo sangre, casi templando sus estigmas, enorme cicatriz incluida, enlaza directamente con estos papeles, con este rock’n’roll enfermo que preside estas líneas. La foto es un regalo identitario, y la música que contiene el artefacto, dos ríos de lo mismo. Desde ese extraordinario comienzo a golpe de acústica que es Slow & Easy, pasando por ese sur americano de la exultante Gotta get to heaven, esquizofrénica invocación al altísimo de una especie de satán andante, completando el excelente trío de inicio con un sudoroso boogie de ritmo etílico, Alcohol Blues, nacido de las venas abiertas del bluesman tejano Mance Lipscomb.
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Pero esa es la dicotomía en la que se muevo el tejano. La que va de los salmos espirituales a la nostalgia de la yerba fumada en Vietnam (Man Weed), entre resoplidos blues (Jack of Diamonds) y sediciosos boogie-punks (Church Point Girls). Rindiendo reverencia a Willie Dixon (Backdoor man), a Doc Watson (I’m troubled) o a tradicionales incontestables (una inquietantemente deliciosa John The Revelator), sus propias canciones encajan como un guante de esparto entre ellas.
No, no le veremos en escena en aquella silla de ruedas sobre la que tocó en su país tras su accidente de tráfico, pero siempre será capaz de arañar las pantallas de los altavoces.
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