The drummer’s playing every beat of my heart. Una frase que bien puede resumir todo un concierto. O toda una carrera. O más aún, toda una vida. La de los currantes del rock subidos sobre un escenario, y la de los seguidores que se hacen unos kilómetros para tocar la gloria al ritmo de una música que nace del alma y pisa tierra a base de rock’n’roll. Porque el momento de forma de Danny & The Champions of the World se antoja de los que hacen honor a su nombre artístico. (...)
A esta banda la hubiéramos bailado en los 60, nos hubiera calentado en los 70, la hubiéramos sudado en los 80, hubieran sido una piedra en el zapato de los 90, y siempre nos hubiera dejado con la boca abierta. Como lo hace en su época, unos 2000 que sólo quedan fijados en el calendario que los disfruta, porque su música liba directamente de todo cuanto muchos, nosotros y ellos, llevamos toda una vida escuchando. Y lo hace además a golpe de canciones , de las que por sí mismas y en solitario valdrían por toda una carrera.
Cada uno se agarra al detalle inolvidable que tiene a mano. En Vitoria ofrecieron un concierto mucho más corto que lo que habían hecho en sus pocas fechas de esta gira peninsular. En Vitoria no tendrían el acogedor marco de la sala Los Picos de Liérganes en la que la noche anterior dieron un set que por lo contado comienza a adquirir cotas de leyenda para los asistentes. Pero HellDorado ofrecía a cambio el calor del telón rojizo del fondo. No sé si podré explicarlo, pero Danny & The Champions of the World son banda de telón de teatro, del rojo calor de la tela que tantas veces acompañó a nuestros héroes en épocas pasadas. Ese calor es el que ayuda a que con los primeros compases de una maravilla como (Never stop building) That old space rocket uno ya esté metido en harina. Aquí no necesitas calentamiento previo, es oír la aventura de un crío en busca de los Fabulous Thunderbirds, de un Jimmie Vaughan que también precisa de telón rojo, para quedarte asombrado ante una canción que es un clásico en sí misma, por mucho que la situación actual del oyente medio de música se empeñe en ignorarlo. Son las aventuras que hubieran cantado The Band y con las que hubiéramos soñado, son los aires negros, negrísimos de piel de Cold, cold world, de Darlin’ won’t you come in from the cold, palabra cold que no encaja con el sudor que emana del escenario, la negritud del respeto a Otis Redding transutanciada en Stop Thief!, con un Danny Wilson soberbio en la voz. Es la sublime elegancia de la guitarra de Paul Lush, sus dimes y diretes con el saxo mientras la steel oficia de carabina, de entrañable apaciguadora mientras Colonel and The King se eleva a los cielos (Elvis was a flaming star, no hay más rey, por mucho que otros digan), mientras impresionan con Let’s grab this with both hands, pidiendo acompañamiento de palmas mientras la orgía íntima se recrea en Other days.
Pero es también volver a lo que fue una vez, allá por los setenta, la E Street Band, un grupo de amigos de barrio capaces de vender su alma por el mejor soul-rock, por el rock’n’roll sediento de vida, un You don’t know (My heart is in the right place) que nos recuerda que así sonó una vez la calle E. Y el brutal sabor a pub de Restless feel o el inmenso canto de puro pop poderoso de Every beat of my heart.
Danny and The Champions of the World suenan a todo, y suenan a ellos. Suenan a antes, y suenan a ahora. Suenan ahora, y sonarán mañana. Tiempo al tiempo.
Que la fiesta terminara a pildorazo limpio por obra y gracia de The Swingin’ Neckbreakers y su anfetamínica dosis de garage pasado por la trituradora del primitivo rock’n’roll, en un pase algo más comedido que el desparrame que en este mismo lugar ofrecieran hace dos años, nos vuelve a indicar que no hay un antes y un después.
Hay un ahora si lo que sale de una guitarra tiene alma.
Suena la corriente: "(Never stop building) That old space rocket" - Danny & The Champions of the World
Qué envidia, my Lord of RR, y encima acabando la fiesta con los rompecuellos. Espero al menos desquitarme si puedo atar todos los cabos y ver a los Swingin Neckbreakers el domingo. Abrazo.
ResponderEliminarNos acordamos mucho de ti Joserra y yo, por la dupla. Los Breakers, ya sabes, contundencia y rock'n'roll. Abrazo
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