*Autores: Jaime G. López Desperdicios y Josetxo Río Rojo
Toca bajar el telón de la Jim Jones Revue. Reconozco que fui con desconocimiento absoluto a su primera visita a nuestra ciudad en un abarrotado Balcón de Lola. Lugar imposible para un buen bolo pero a la vez inmejorable para disfrutar de un concierto grasiento, sucio, lascivo y peligroso de gran rock and roll. (...)
Y eso fue lo que ofrecieron bajo el frenético piano Little Richard de Henry Herbert y con el predicador Jones sudando la gota gorda. Salimos con los tímpanos reventados, creímos que se les había ido la mano con el volumen en un garito tan pequeño.
Toca bajar el telón de la Jim Jones Revue. Reconozco que fui con desconocimiento absoluto a su primera visita a nuestra ciudad en un abarrotado Balcón de Lola. Lugar imposible para un buen bolo pero a la vez inmejorable para disfrutar de un concierto grasiento, sucio, lascivo y peligroso de gran rock and roll. (...)
Y eso fue lo que ofrecieron bajo el frenético piano Little Richard de Henry Herbert y con el predicador Jones sudando la gota gorda. Salimos con los tímpanos reventados, creímos que se les había ido la mano con el volumen en un garito tan pequeño.
La segunda, en el Kafe Antzokia en el 2011, comprobamos que no. Que lo del volumen rompetímpanos iba en el menú y eran capaces de recrearlo en una sala de gran aforo. Aun peor en una época en la que en mi grupo se puso de moda la brillante práctica de alargar ensayos lo suficiente para perderse medio bolo de pago, llegamos con los oídos suficientemente calientes como para que servidor fuera incapaz de acercarse más allá de la barra de entrada a riesgo de una pérdida de audición severa. Aun recuerdo el dolor como si hubiera sido ayer. Y es que el mejor rock’n’roll a veces conlleva sufrimiento.
En la tercera visita, en 2012, se apiadaron de nosotros y alineados con su tercera rodaja The Savage Heart (la mejor del lote por atemperar energías y sacar brillo a su propuesta aparcando el ruidismo salvaje de sus dos primeras obras), ofrecieron un gran bolo de rock’n’roll con matices, como ese canto gospel de Nueva Orleans…, pero sin perder un ápice de rock'n'roll energético, vitaminado y sucio, eso sí, a frecuencias aptas para el oído humano.
Ayer tocaba despedirles en el mismo lugar que las dos últimas visitas… (por Jaime G. López Desperdicios)
Y si Desperdicios sufrió en anteriores ocasiones por sus tímpanos, como todos lo hicimos, lo recuerda. Y si era consciente de que a pesar del volumen lo que sonaba no era gratuito, como todos lo fuimos, lo recuerda. Y si se sintió gozosamente sucio y empapado por el sudor de una música peligrosa desde el mismo momento en que fue parida, como todos lo sentimos, lo recuerda. Porque la Jim Jones Revue es como aquel primer polvo que para bien o para mal, según los casos, uno tendrá presente el resto de su vida. Y no digo el primero cronológico, sino el primero placentero. Su apuesta por la visceralidad del rock’n’roll abandona las sutilezas para ir directo al grano pero sin perder ni una micra de todos aquellos detalles que hacen grande a un sonido. Lo suyo es un taladro arrebatador, una violación sónica, el pegajoso olor del sexo bruto pero no inepto ni vacío. Todo tiene un sentido, desde su entrada en escena con el más puro sabor a Nueva Orleans, o esa imagen de elegancia macarra en el vestir y en el desvestirse (al menos de chaquetas) al unísono, es sólo rock con los pianos tremendos de It’s gotta be about me, las maracas arrasadas de Never let you go, las guitarras atronadoras de Shoot First, elevando ese aire a banda de blues dislocada y drogada mientras son capaces de cumplir el papel de toda una sección de viento, obscena y sucia, la misma obscenidad sexual con la que el propio Jim Jones parece follarse al público mientras enciende el cóctel molotov en Burning your house down, marcándose con el único acompañamiento de batería, piano y palmas, para qué quieres más, el aire negro de 7 times around the sun o el puro cántico tribal de Collision Boogie…
Es ese inmundo batido de rock’n’roll primitivo, de garage esquizoide, de blues pantanoso, del muro de sonido que levantaron los colgados de Detroit, el que es utilizado como argamasa cuando brutalidades como Cement Mixer, Rock’n’Roll Psychosis o Killin’ Spree tienen el poder de tumbarte, de aplastarte, para luego usarte de pelota mientras patean Princess & The Frog. De la misma manera que Jim Jones hizo míticos a sus Thee Hypnotics, acaba de hacerlo con su Revue. Porque se van en lo más alto, en pleno estado de forma, cuando parece que el rock entendido como enfermedad no tenía secretos para ellos.
La Revue era un ébola sin remedio y para el que no hemos encontrado cura.
Afortunados los que pudisteis verlos en la despedida. Veo lógico que os pudierais sentir gozosamente sucios y empapados por el sudor de una música peligrosa. Qué gran banda de rock and roll. Abrazos.
ResponderEliminarEs difícil marcar la línea que separa un concierto antológico de la Revue de otro normal. Su intensidad es tal, que un simple y mínimo relajo puede dar la sensación de bajón... Pero lo que es indudable es que siempre serán un grupo a celebrar, y años allá seguiremos recordándolos.
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