Hablamos de mantener el halo primitivo de una música. De rebuscar en la rabia contenida y expresarla como parte de la canalización de las frustraciones que nos acorralan. Y no, esto no tiene por qué significar brutalidad sónica, violencia física, o amenaza neuronal. La urgencia también puede trascender a partir de una acústica y el susurro de un verso medio entonado. Quien aún no haya captado esta idea no va muy bien encaminado, ciertamente. (...)
Pero no es este el caso. Lo del susurro acústico, decimos, si hablamos de cuatro tipos que responden al nombre de Yellow Big Machine. Cuatro tipos que ofrecen alaridos fuera de micrófono y lo hacen con felicidad exultante, que golpean sus guitarras contra el suelo, contra los altavoces y uno intuye que hasta ellas gustan de semejante masoquismo, que destartalan una batería a la segunda canción, y que terminan la primera parte del set, tras 45 minutos de fragor, con el escenario hecho una piltrafa, con el después de la batalla al que muchos grupos acostumbran tras el incendio de la actuación. Ellos lo han hecho con el aroma a noise-punk destruido de Jenny is on the line, arrastrando sin batería All right, con la rabia y la melodía compartiendo sexo y fluidos en Alien… Destartalando el escenario, pero encontrándose que aún están a mitad de actuación. Como es menester en este psicótico monstruo de Frankenstein que es el ciclo Izar & Star.
Y la bestia con cara de niños buenos de Yellow Big Machine ha optado por revisar a los Pixies. A ver, el que conoce a YBM sabe de esos anhelos de quitarse el sambenito de grupo que hunde sus raíces en los sonidos airados que arrumbaron el mainstream en los albores de los 90, en aquel cambio de década que escupía parte de la herrumbre social que habían ido bebiendo unos chavales que apenas tenían otra cosa que hacer, como casi siempre en una sociedad que nada les ofrece, más que beber y drogarse. Y Yellow Big Machine no necesitan quitarse el manto de esa década porque de alguna manera se erigen en guardianes de aquella rabia, cuando aquellos sonidos aún bebían de la razonada sinrazón punk, antes de que la industria los absorbiera, antes de que derivaran por fuerza propia o externa hacia el baile descerebrado por la electrónica para dar a luz un engendro como el indie que hoy casi todo lo abruma.
Así que su elección de los Pixies se ve refrendada por la de Surfer Rosa, aún ausente en él la carnosidad pop con la que dotaran Doolittle pero ya enfrascado en el vigorizante esputo de cuatro encantadores energúmenos. Y se les nota a Yellow Big Machine disfrutarlo como parte de su origen nuclear que es, repasándolo entero pero a su aire, explotando con Cactus y Break my body, jugando con el spanglish de Oh My Golly!, con el discurso de I’m Amazed interpretado por un Álvaro bipolar, con el cuerpo y el alma de Black Francis y Kim Deal directamente dentro del suyo, o proyectando a Deal en los otros miembros para soltar los consabidos fuck you que siempre presidieron aquella relación casi imposible, desgranando un Where is my mind con valor de himno arrastrado, perfecto, o terminando con un Vamos y un Gigantic que definen una época que puede ser esta misma, que lanzan los primeros pogos de un Izar & Star en La Cúpula del Teatro Campos, que deja la sensación de poder y querer en estos cuatro tipos amarillos.
Suena la corriente: "Jenny is on the line" - Yellow Big Machine
Joer, cómo mola esto, my Lord of RR. Revisar a los Pixies es una actividad muy saludable. Abrazo.
ResponderEliminarEl ciclo se las trae y las revisiones suelen ser más que apasionadas...
EliminarEspero poder verlos en otra ocasion, joderrrr!
ResponderEliminarSin duda, son bien habituales en los escenarios
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