*Texto: Jaime G. López Desperdicios y Josetxo Río Rojo
*Fotos: 1,4 y 5 David Durán;
2 y 3 MusicSnapper
El primer día de esta segunda edición del festival BIME, en su formato abierto al público, tuvo sus momentos más estelares en los conciertos de dos mujeres y un legendario guitarrista neoyorquino. (...)
Por coincidencias de horarios no pudimos disfrutar de la tercera dama en liza, la americana Macy Gray, pero por lo presenciado en el escenario Teatro a esa misma hora, no nos arrepentimos.
*Fotos: 1,4 y 5 David Durán;
2 y 3 MusicSnapper
El primer día de esta segunda edición del festival BIME, en su formato abierto al público, tuvo sus momentos más estelares en los conciertos de dos mujeres y un legendario guitarrista neoyorquino. (...)
Por coincidencias de horarios no pudimos disfrutar de la tercera dama en liza, la americana Macy Gray, pero por lo presenciado en el escenario Teatro a esa misma hora, no nos arrepentimos.
La víspera de Todos los Santos, más conocida actualmente como Halloween, esta nueva tradición anglófila y globalizante, tuvo su principal embajadora en el combo Rockabilly anglo-irlandés liderado por Imelda May. Así, todos sus miembros salieron a escena convenientemente disfrazados de Halloween. Ella cual Vampirella gótica y su banda en un combo que iba desde la Naranja Mecánica, al fantasma the Howl con el líder y pilar de la banda, Darrel Higham ataviado como monje... disfraz que no entendimos muy bien, la verdad. Y pasada la sorpresa (o susto) inicial, el tema de los disfraces tampoco nos hizo mucha gracia ya que nos perdimos vislumbrar el tupe bicolor de la May.
Al tratarse de un bolo de festival, centraron sus esfuerzos en promocionar su más reciente rodaja, Tribal, abriendo con el tema que le da título y seguido por la salvaje Wild Woman, con la reina vampiresa recorriendo el escenario y prolongando su voz cantando con manos y cuerpo.
Es la suya una apuesta, que ya han madurado, de música de influencias y raíces Rockabilly, apuntaladas por el sonido Grestch del virtuoso marido de May, pero que no duda en picar en otros géneros como el garaje, el power pop o el jazz, para hacer su propuesta más asequible y accesible a un público más amplio, como el que se congregó para verla y corear sus temas con estribillos más sugerentes, como It's good to be alive. Los aires más jazzies vinieron de la mano de Big Bad Handsome Man, con arreglos de trompeta, pero sobre todo en uno de los momentos más álgidos de su concierto, Gipsy in me, que sonó arrebatadora con guitarras a la Gallup, la base rítmica convertida en combo jazz y esa voz tan sugerente de May que es capaz de saltar sin problemas del cante con rajo a gran dama de jazz. Pisaron el acelerador con Five Good Men y la garagera Phsyco. Sonaron atmosféricos en Ghost of Time y Wicked game, con May al shaker bailando como vampirella y la guitarra reverberada de Higham realizando portentosos desarrollos. Nos trajeron aires irlandeses y reminiscencias celtas en Hellfire Club. Round the Bend levantó aprobadora la ceja de nuestro redactor en Jefe. Y tras Mayhem cerraron con su hit iniciático Johnny Got a Boom Boom, con maravillosos solos integrados de la banda… Y después de tanto tiempo esperando ver a Imelda, nos supo a corto, oportunidad habrá de volver a disfrutarles sin vestimentas diabólicas.
Y la segunda dama a la que esperábamos con ansia esta primera noche era la británica Anna Calvi, que nos sorprendió con un atmosférico debut en el que su voz operística competía con sus guitarras reverberadas con ecos de los cincuenta tocadas con maestría al frente de un grupo de formato reducido. Y así se presentó en el elegante escenario del Teatro, acompañada por teclados, potente batería y una multiinstrumentista que alternaba harmonium, xilófono y percusión.
Con retraso de diez minutos comenzó el show con la sugerente Suzzane and I y la pequeña Calvi sobre inmensos tacones marcó las pautas de lo que sería un gran concierto. De su segundo disco One Breath destacaron Eliza, con guitarras y ritmos hollianos, con esa conexión que la guitarra de Calvi realiza con su potente batería y la voz con ecos al gran Orbison. Y Cry, con sus modernismos británicos, en forma de autocoros grabados in situ y las bases electrónicas que ofrece el refuerzo del órgano.
Lo mejor de la noche vino en revisiones de su opera prima. Con Rider of the Sea tocó el cielo entre la intro y el desarrollo a lomos de la batería y la fuerza vocal de Calvi, que contrastaba con el hilillo de voz con el que al final de cada tema agradecía la tímida Calvi. La entrada de armonium de Desire marcó otro de los puntos álgidos del concierto con su portentosa interpretación. Igualmente sugerentes son esos temas que se inician con intros de guitarra y voz por parte de la cantante, como en I’ll Be Your man. Pero después de la tormenta la calma venía, vía relajadas baladas como Love won't be leaving.
Y también fueron excepcionales, por su acercamiento y su ejecución, las dos versiones de la noche, por un lado el Presleyano Surrender, que sonó atmosférica y recogida, con Calvi ejecutándola casi en solitario. Y por supuesto, ese tema que forma parte ya de su repertorio y define su propuesta en las bases que hemos comentado, que es Jezebel, en una versión que bebe más de la realizada por Gene Vincent que la de Edith Piaf con quien la asocian. Y en pleno climax interpretativo de esta pieza, la Calvi, con un grito final, lanzó su púa y salió del escenario sin prisas, que la altura de sus zapatos no permitían otra cosa, dejando al respetable extasiado y preparado para la siguiente actuación, la de los también británicos The Divine Comedy. Con un Neil Hannon que, con un dedo roto (hasta enseñó la radiografía justificativa), no pudo rasgar su guitarra, los norirlandeses dieron no obstante rienda suelta a su pop de cámara, repleto de melodías que significaron en su momento, y lo siguen haciendo hoy, un perfecto soplo crooner de barrio y bar, de codo y barra, de elegancia y cierto toque decadente. Pero no habrá duda alguna de que canciones como Everybody knows (except you) o National Express son de las que estrujan alma y alegran días.
Y entre damas y cantores se elevó el rugoso discurrir de las alcantarillas de Nueva York, las venas abiertas de una ciudad tan en continuo cambio que apenas es reconocida respecto a lo que una vez fue, pero que sigue teniendo en algunos de sus habitantes la estirpe del óxido. Thurston Moore presentaba su nuevo disco, The Best Day, rodaja que amplía el registro conseguido con Chelsea Light Moving una vez finiquitados Sonic Youth. Acompañado de la tremenda contundencia de la base rítmica formada por su compañero de farras sónicas Steve Shelley y la bajista de My Bloody Valentine (también lo fue de Primal Scream) Debbie Googe, además de la guitarra de James Sedwards, supo elevar la trepidación de su instrumento en oleadas drónicas, repetitivas, minimalistas, ruidistas, tóxicas y jugosas, lacerantes y curativas, mantras eléctricos capaces de envolver mente y espacio cargados de la electricidad que en su día rasgó los sones de Lou Reed, de Television, de los propios Sonic Youth… El surrealismo machacón del vídeo que acompañó a la actuación, una mano incapaz de asir un objeto, era una perfecta metáfora de lo que uno quisiera creer que es Nueva York, de lo que uno escucha y no puede aprehender en la música de Moore, de un estado de ánimo vital que parece escapar en Forevermore, caer encerrado en Speak to the wild y explotar en mil incandescencias en The Best Day. Respecto a lo del mejor día, conseguido, sr. Moore.
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