Hace casi exactamente tres años, Mark Lanegan pinchaba espinas en este mismo escenario con un concierto de falso sonido, falsa intensidad, falsa aptitud. No escuchar bien su voz es no ver su concierto, no saber de su música. No tiene cabida en lo que supone la carrera del americano. Hace casi exactamente doce horas, Mark Lanegan, presentando Phantom Radio, se/nos sacaba la espina con un concierto ciertamente soberbio, graduado en la intensidad, brillante y punzante en lo musical y con una voz apreciable en toda su majestuosidad. (...)
Y es que la cosa pintó bien desde el principio, desde los 20 minutos del prácticamente instrumental, salvo algunos recitados, set lleno de psicodelia experimental, desarrollos de rock libre de ataduras, ritmos pregrabados entre el kraut y lo industrial pero con total pulsión orgánica de The Faye Dunaways, parte de la banda de Lanegan y Duke Garwood. Quien posteriormente ofreció alguna de las perlas que corroen su reciente Heavy Love y otras colaboraciones sabrosas que ha grabado con Lanegan, a lomos de un blues esquelético, lloroso, sucio pero con porte elegante, y cercano a los principios en solitario de éste cuando la distorsión escapaba de las cuerdas.
Y como si fuera consciente de la ausencia vocal de su anterior vez sobre ese escenario, Mark Lanegan comenzaba exclusivamente acompañado de guitarra y voz. When your number isn’t up, Low y Dead on you, interpretadas desnudas, tienen el poder de ir marcando una progresiva tensión contenida, que irá escalando a lo largo del concierto, pero sobre todo, apreciar una voz que lo es casi todo. Es fangosa, pero no, cavernosa, pero no, grave, pero no, decadente, pero no, sutil, pero no…, porque son muchos sus recovecos aunque de primeras pudiera parecer plana. Una vez decíamos que su voz está llena de grano, como esa textura poco definida que ves sobre una gran pantalla en una vieja película en blanco y negro. Es ese grano el que es capaz de ir penetrando, de ir rompiendo las barreras, de asentarse basado en melodías que corren y juegan entre guitarras o sintetizadores. Fueron esas tres canciones de apertura las que dejaban claro que él es muy consciente de ser una voz, esa que surge entre la eterna penumbra que oscurece todas sus puestas en escena.
Y esta vez un sonido brillante, punzante, eléctrico de cada instrumento decidió acompañar a la voz. En un crecimiento progresivo del concierto, estudiado, medido, sin rupturas ni descansos. Con su base repetitiva de blues pasado por el tamiz de los oscuros ritmos de baile de Harvest home, la pura distorsión eléctrica que intermedia una escabrosa One way street, las vibrantes y muy eléctricamente rítmicas Grey goes black y Hit the city, para llegar a una lúgubre y deliciosa Deepest Shade, guiño eterno a su amigo Dulli cantada desde la atalaya del crooner lijoso, del capaz de levantar algo más que astillas.
Hasta este momento, en que un aparentemente tranquilo y a gusto Lanegan fue hasta capaz de decir un thank you very much desde las entrañas de su voz, el concierto fue simplemente espléndido, medido, tenso y denso. Y desde entonces, a los ritmos más alocadamente electrónicos de Ode to sad disco, fue subiendo escalón tras escalón. Pero ojo, estas veleidades bailables demostraban su razón de ser, y sonaban suficientemente, y sorprendentemente, eléctricas y orgánicas como para encajar a la perfección entre las anteriores. Incluso esas referencias a cierta épica estilo U2 que se cuelan en cortes como Harborview Hospital o Torn red heart suenan esta vez veraces, con mucha más enjundia que en disco.
Y el crescendo va directo a la explosión final de Sleep with me y Death trip to Tulsa, para ya en los bises y con la ayuda de Duke Garwood, retozar entre la caverna de The Gravedigger’s Song, calando los huesos en I am the wolf, o con los ritmos electrónicos que preceden a los golpes de la pura metalurgia hecha canción de Methamphetamine Blues.
Suena la corriente: "Dead on you" - Mark Lanegan
Suena la corriente: "Dead on you" - Mark Lanegan
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