Son esas cuerdas de guitarra acústica que comienzan sonando en Primrose Green, canción que da nombre al segundo larga duración oficial de Ryley Walker, mientras el resto de instrumentación va entrando para hacerles compañía, las que marcan el alma y la esencia de esta chaval de 25 años. Y por favor, no se interprete lo de chaval en tono excesivamente locuaz, cercano o irrespetuoso.(...)
Lo del uso de la palabra chaval es para hacer incidencia en una edad a la que presenta un acercamiento, conocimiento y control de una etapa y una música bastante impropio de ella. De la misma manera que Jacco Gardner, otro que tal, se sumerge en sus ensoñaciones de psicodelia barroca, Walker navega por lo que parece una carretera en la que el folk de tradición anglosajona, sí, pero muy orientado a las Islas Británicas a pesar de su Chicago original, se empapa de bruma lisérgica en pequeñas y decorosas dosis. Pero como ya anunciaba su anterior All kinds of you, una de las sorpresas del pasado año, los sones a añejo jazz que abren Summer Dress nos llevan de golpe a cualquier salón de humeante hermandad situado en una época en la que las seis decenas de años del siglo XX encaraban la séptima. Consigue ese regusto a años 60, a inocencia aún por perder pero más basada en los cenáculos del jazz que alargaba tentáculos hasta tocar a la psicodelia, dejándolo meridianamente claro en ese soberbio comienzo de Same Minds a golpe de contrabajo, entrando a continuación en lo que parecieran lamentos en espiral.
No se podrá evitar, hablando de Ryley Walker, sacar a colación una serie de nombres que indefectiblemente están anclados en el ADN de todas y cada una de sus canciones. Desde un Tim Buckley omnipresente en espíritu, dirigiendo sus orquestaciones hacia el tabernáculo jazzístico, hasta unos Pentangle en los que Bert Jansch ejerce de factótum inspirador. Y todo ello con Fahey y su manera de establecer relación con las cuerdas de una guitarra que configuran gran parte del acervo de Walker. Si antes le relacionábamos con la actualidad nominada en Jacco Gardner, tres cuartos de lo mismo, aún en diferentes planos, podríamos decir de sus conexiones con Steve Gunn a la hora de sonar guitarras.
Sus desvaríos folk pueden derivar por momentos en aires progresivos, como en Love can be cruel, en cabalgadas con el country como elemento inspirador, como en On the Banks of the Old Kishwaukee, en sus en este disco no tan habituales correrías únicamente instrumentales para lucimiento de un espléndido fingerpicking, como en Griffiths Bucks Blues, o en los drones psicodélicos que lucen a poco que hace aparición la distorsión, como en Sweet Satisfaction. Pero todo ello cuenta con la ejecución de un plantel de músicos sacados de la escena de Chicago que no hacen otra cosa más que embellecer un trabajo ya de por sí perturbador. Que un sello ciertamente exquisito como Dead Oceans haya apostado por Walker es algo que no debe sorprender.
Y no negaremos que escuchado, o escuchando, Primrose Green, como empujado por ese cóctel de whisky y semillas al que hace referencia, uno siente la urgente necesidad de sacar de la cubeta o de la memoria viejos discos con carátulas y surcos más que machacados. Pero no diremos esto como un debe, sino como un agradecimiento en el haber de Ryley Walker.
Suena la corriente: "Primrose Green" - Ryley Walker
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