No es la primera vez que Sufjan Stevens se ha aventurado con un álbum, digamos, conceptual. Tal vez no a la manera en que los tenemos asociados en nuestra cabeza, pero sí en cuanto a las líneas invisibles que unen unas canciones nacidas a partir de una reflexión determinada, un motivo central o una búsqueda concreta de sentido a la obra completa. (...)
Todo ello, aquellas intenciones de dedicar un disco a cada estado norteamericano, de momento saldado con sus correrías por Michigan e Illinois; sus sinfónicas e instrumentales divagaciones sobre la autovía Brooklyn – Queens, uno de los anillos circulatorios de la ciudad de Nueva York; sus varias conceptualizaciones electrónicas sobre el zodiaco chino; sus discos navideños, algo más que simples lugares de deposiciones de emociones fáciles…; ha hecho que uno tenga cierta sensación incómoda con la obra del de Detroit. De una u otra manera, siempre se ha podido pensar que ha tratado de ser más moderno que la última hora, más avanzado que el cruce de caminos por llegar. Y aún y así, cánticos austeros como los incluidos en su espléndido Seven Swans tenían el marchamo del folk atemporal que bien puede pasar por la más absoluta de las actualidades.
Así que anunciar un nuevo disco con una columna vertebral concreta, podía sembrar dudas. Pero una simple escucha de Carrie & Lowell echa por tierra toda renuencia. Ojo, y decimos una simple escucha, siempre que se haga queriendo aprehender lo transmitido, y sin necesidad de penetrar y asumir el mensaje. Si también queremos adentrarnos en ello, entonces el disco puede convertirse en un manual emocional sobre la ausencia en el que cada uno podemos observar cómo hay una parte de nosotros. Porque la historia contada es la de la muerte de su madre, Carrie, de un cáncer hace un par de años. Pero Stevens no se centra exclusivamente en la imperiosa necesidad de seguir compartiendo emociones con el ausente que siente todo aquel que ha perdido a uno de sus progenitores. Porque las ausencias de su madre las vivió desde que él tenía un año y Carrie, bipolar, esquizofrénica, drogadicta, autodestructiva, les abandonó a él, su hermano y su padre. Y sin embargo Stevens establece uno de los más bellos cantos de amor hacia un ser al que ama a pesar de todo, porque hizo el esfuerzo de comprender. De tratar de entender unas razones que no respondían exactamente a la razón. Y el canto de amor se extiende a quien fuera el marido de Carrie (que no su padre abandonado) durante unos pocos años, el Lowell del título, que hoy en día incluso mantiene presencia en la vida de Sufjan Stevens dirigiendo su sello Asthmatic Kitty.
Pero opacaríamos el triste resplandor de Carrie & Lowell si lo constreñimos a la historia madre-hijo. Carrie & Lowell es un canto a las ausencias aceptadas, entendidas, comprendidas, dolidas, gritadas, sufridas, vividas… Es un canto en el que la música es una tonada entre la belleza y la nostalgia, la melodía y la melancolía, el pop y el folk llevado a expresiones mínimas. Destacar alguna de las canciones resulta impropio cuando todas cuentan con un alma de puro pop acariciado por acústicas, pianos y suaves roces de sintetizador. Cuando todas llevan parte de las esencias que anidan en otras canciones de Nick Drake, Elliott Smith o Bon Iver (de hecho, colabora Sean Carey, junto a Laura Veirs y otros amigos). Cuando están pensadas como un todo y encima responden a la emoción buscada.
Suena la corriente: "Death with Dignity" - Sufjan Stevens
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