No podemos evitar imaginar el infierno como un lugar angosto, cerrado, irrespirable, donde las lenguas de fuego alcanzan alturas incalculables y graduaciones inimaginables, y donde los cuerpos y las almas son chamuscados como pago a esos deliciosos desvaríos cometidos a lo largo de toda una vida de mierda. Pero no todo tiene que ser así. (...)
Un cielo azul intenso, un horario de mediodía, una jornada de esas que meteorológicamente se suelen calificar de espléndidas pueden igualmente servir de marco incomparable para morada del averno. Sintámonos uno más de los gobiernos del mundo y juguemos a desahuciar y expropiar al mismísimo Dios su azul morada.
Un cielo azul intenso, un horario de mediodía, una jornada de esas que meteorológicamente se suelen calificar de espléndidas pueden igualmente servir de marco incomparable para morada del averno. Sintámonos uno más de los gobiernos del mundo y juguemos a desahuciar y expropiar al mismísimo Dios su azul morada.
Hagamos del Cielo un Infierno, profanemos certezas, inmiscuyámonos en vidas ajenas, tomemos al asalto horarios y colores celestiales y hagámoslo todo ello con una única concesión a los lugares comunes: basemos la banda sonora en el más pecaminoso de los blues y el más soberbiamente blasfemo de sus hijos, el rock’n’roll. Aceptemos también que una lengua de fuego eleve los mercurios a más de triples decenas, pegue camisas y camisetas a purulentas pieles y transpire olores convertidos en fobias y filias.
Aceptemos que un festival de mastodónticas cifras descubra su descreimiento y entregue a pie de calle (Plaza del Arriaga / Jardines de Albia) dos propuestas camino de mayoritarias a pesar de su origen extremo. Y juntemos todo esto, el infierno bajo un azul inmaculado, con un calor opresivo y por ello masoquistamente bienvenido, el blues de raíz pecadora y el rock’n’roll de cariz taciturno, dos entes como Guadalupe Plata y Capsula convertidos en correa de transmisión de inquietantes sensaciones y un grupo de seres ansiosos de poder demostrar sus condiciones gregarias disfrutando como cerdos toda la propuesta ofertada. Sin el más mínimo atisbo de ironía ni doble lectura. Toda una gozada. El placer de sentirnos unos íncubos.
Por eso no esperen una crónica al uso. Ya mil veces la hemos hecho de Guadalupe Plata y Capsula. Ya mil veces hemos hablado de sus cegueras e iluminaciones, de sus muchos pros y pocas contras. Los de Jaén parecían en su salsa con los calores infernales que contravenían la impoluta camisa blanca de Paco Luis Martos, con los guturales desvaríos vocales y armónicos de un Perico de Dios (qué sublimemente oportuno!) paseando entre el blues y el puro y primitivo rock’n’roll, su fijación con animales, Huele a rata, Hoy como perro, Hueso de gato negro, Milana, sonando hirientes, luciendo el sol en el infierno, llegando a la psicodelia de raíz blues, con propuestas aun bailables dentro del cacofónico rock’n’roll, dirigiendo el combo con una especie de dejadez pensada, acaso sin encontrar la intensidad de una sala pero cociendo los cuerpos poco a poco, siempre hipnóticos, hasta alcanzar la cumbre del fingerpicking mientras jalean el asesinato de bichos bajo el sol de la Calle 24.
Para que después, quinientos sudorosos metros más allá, un trío de lugar de origen y residencia indiferente, porque la maldad/bondad del rock’n’roll no necesita fisicidad geográfica, aparte la del infierno, creara su habitual muro de sonido. Capsula son maestros en propalar esa explosión de energía porque lo hacen cada vez que se suben a un escenario, aún cuando tengamos la sensación de saberlo todo dada su reincidencia. Pero ya lo dice Martín a voz en grito, el infierno somos nosotros, cerrando el círculo abierto poco antes, entre los estruendos de Voices Underground, el mesianismo de Dark Age, la descarga de Constellation Freedom y el intento de expansión de su verdad de Communication. Para cerrar haciendo de las suyas y de las que hizo el Duque Blanco, aquel vampiro en tierra que parió unos Suffragette City y Moonage Daydream que Martín, Coni y Guantxe hacen más que suyos.
Aquí no hay crónicas al uso. El Bilbao BBK Live, en su faceta callejera, nos puso a los pies el infierno, y nos bañamos gozosos en él.
Suena la corriente: "Calle 54" - Guadalupe Plata
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