Pues no, uno sigue sus propios criterios a la hora de jugar a establecer las jodidas listas de fin de año. Y los de este río pueden ser estos, o no. Pero tenemos claro que el mundo de las canciones es el que nos guía. Y lo que son capaces de transmitir, desde la afabilidad a la inestabilidad, de la urgencia a la desfachatez. Emociones las de cada uno. Así que ver en un mismo cartel dos propuestas locales que han alcanzado apoyo de este Río con sus respectivos discos del año pasado, y que han sabido transmitir esas emociones, por diferentes que sean en cada caso, es de celebrar.(...)
Así que enfrentarse a la ponzoña eléctrica con la que son capaces de jugar la gente de Gringo es plato de menú completo, sobre todo cuando ellos mismos saben hacer digerir dichos arañazos a base de caricias. Ese es el juego que ellos emplean, el continuo caminar entre valles y cimas, un sube y baja emocional y eléctrico capaz de tocar las teclas que transitó el rock progresivo, las bofetadas que soltó el punk del 70 y el del 90, y los caminos que entre lo esperable y lo inesperado abrieron gigantes como Velvet Underground o Crazy Horse. Y hacerlo con el descaro de quien cree en ello y ha decidido no limitarse solo a esas cimas y valles, sino recorrer toda la crestería para a continuación iniciar la caída libre hacia la sima. De lo suave a la distorsión, de la caricia a la hostia, canciones como The curtain, I got you o Voices te van moldeando a su antojo para hacerte sentir o el más grande y fuerte o una simple nadería nauseabunda. Por eso tal vez hubiéramos deseado que en sus golpes de rabia toda la sala temblara mucho más, que dolieran los oídos y el alma mucho más. Pero siguen siendo un producto tan hipnótico como no fácil.
Y de ambientes, distintos, y de canciones, distintas, y de emociones, distintas, y de hipnotismo, el mismo, se nutren sus amigos también getxotarras McEnroe. Una intensidad capaz de lanzar destellos apelando a emociones íntimas, las que todos vivimos o sufrimos, reímos o lloramos. Y la enorme trascendencia que han conseguido fuera de su zona geográfica dice mucho de la capacidad emotiva de Ricardo Lezón y compañía y, sin que sirva de precedente, de la capacidad de un público de captar las propuestas más válidas cuando éstas tienen calidad innata. Y si Cae la noche o Coney Island tienen el sabor de lo tangible y Los valientes el aroma del sueño que todos buscamos en el ser con quien queremos compartir vida, La electricidad ofrece ese fraseo tan especial en la manera de cantar de Lezón, y una tras otra consiguen esa magia que encierran estas canciones, algo tan extraño como particular, tan extraño pero tan normal como puede ser nuestra rutina, tan normal como son nuestras vidas aunque tratemos o soñemos que sean otra cosa, otras vidas. Eso es lo que consiguen canciones así, como Mundaka cuando cuanta que puedes bajar al puerto para ver cómo caen los luceros, que siempre caen de pie. Con eso, sólo podemos abrir las ventanas para ver amanecer.
Y no importa realmente cómo la banda va subiendo enteros a medida que entra en calor, cómo va llenando huecos en base a sonidos tan eléctricos como acústicos, porque uno siente la tentación de simplemente dejarse mecer y olvidar el ojo crítico. Pero luego llega Como las ballenas y sí, cada nota, por suave que sea, por poca importancia que pudiera parecer que tiene, alcanza su punto de brillantez, en su sitio, con una banda que demuestra su actual solidez en ese espectacular final, maremágnum instrumental en el que esperarán estrellas y ballenas.
Y cuando La Cara Noroeste impacta con esa extraña forma de vivir a la que canta, cuando Las Mareas despiden a golpe de sal y Vendaval el set, queda aún una El Alce capaz, como siempre, de dejar un nudo en el estómago.
Ese que da luz a sus canciones. Ese que hace de McEnroe una sublime anomalía.
Suena la corriente: "La Electricidad" - McEnroe
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