Cuatro días, en un estudio casero en la provincia canadiense de Nueva Escocia, de la que son originarios, con la idea de grabar todo lo posible directamente a cinta analógica, sin ningún tipo de overdub, ni arreglos ni añadidos, con el simple objetivo de que las canciones suenen tal y como son, sean grumosas o limpias, épicas o esqueléticas. Seguramente, no es hoy en día una novedad. Pero son las reglas que se imponen Nap Eyes. (...)
Y así, las soberbias canciones nacidas de la pluma y las ideas de Nigel Chapman adquieren aquí su carácter propio, en su caso en la versión en la que uno puede tocar, sentir y ver el mismo esqueleto. Ocho canciones sin veladuras, tan claramente limpias que uno puede asomarse al abismo que a pesar de todo ocultan. Suenan prístinas, guitarras cristalinas, bajo y batería llevando en muchas ocasiones el peso de una manera completamente alejada de lo habitual cuando es la sección rítmica la que acarrea la carga ('Stargazer' es uno de esos ejemplos de cómo construir toda una canción con tan pocos mimbres aparentes que asombra). El bajo de Josh Salter, la batería de Seamus Dalton y la guitarra de Brad Loughead arropan de tal manera la intrincada prosa de Chapman que consiguen ese efecto hipnótico desde la limpieza, adictivo desde la clara referencia histórica urdida con la personalidad de unos músicos seguros de lo que ofrecen. Claro que por ahí se recogen ecos, muchos, muchos, a Velvet Underground. Claro que en una maravilla serpenteante como Lion in chains la voz parece un Reed llegado del más allá para bendecir el trabajo. Pero la canción crece entre ambientes que disparan suavidad aquí y allá, y sin embargo esconden urgencias y realidades no tan admisibles. Ya lo hicieron en su disco de debut Whine of the mystic, si bien aquí la borrachera es más brumosa que ácida, más pastosa que activamente violenta.
Y entre ese discurrir apacible y tan minimalista, lleno de melodías con el pop como base, de valses de aspecto tan nostálgicamente embriagador como Click Clack, de folks llenos de aromas eternos como Alaskan Shake, o de esa despedida rasgada que en Trust termina repitiendo eso de trust, trust, trust me… mientras nos planteamos que cómo no vamos a hacerlo, se escapan aires a Luna, a todo lo que Wareham tocó entre las cuerdas de su guitarra, a la larga sombra, ahora mayor que nunca, de Robert Forster, y cómo no, a todo lo que nació de una tierra tan alejada como la neozelandesa.
Y entre la simplicidad aparente, un sello casi de calidad de todo cuanto llega de la factoría Paradise of Bachelors, responsables del disco fuera de Canadá, uno no para de encontrar detalles. Como esos riffs que apuntalan el estribillo de Mixer, cortándolo, espaciándolo y convirtiéndose en depositarios del ritmo.
El eterno susurro de un rock íntimo.
Suena la corriente: "Lion in chains" - Nap Eyes
Esto suena delicioso, my Lord of RR. Debo ponerme en ello. Dices bien, Wareham, Forster. Creo que me puede tocar la fibra. Abrazo.
ResponderEliminarSi no me equivoco, esto te puede atrapar de lleno, querido
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